“Los últimos días de Tarteso” en el Museo Arqueológico y Paleontológico de Madrid

El pasado 28 de marzo se inauguró en el Museo Arqueológico y Paleontológico de Madrid, en Alcalá de Henares, la exposición “Los últimos días de Tarteso”. Antonio Luis Gallardo e Irene Guadalupo han visitado la exposición y te cuentan sus impresiones en esta primera entrada escrita a cuatro manos para la Biblioteca de Pérgamo.

Esta exposición temporal ha sido largo tiempo esperada por quienes seguimos la cuenta de divulgación de Construyendo Tarteso (https://construyendotarteso.com/). Este proyecto, codirigido por Sebastián Celestino y Esther Rodríguez, realiza en redes una extensa labor de divulgación de sus actividades, en particular de la excavación del yacimiento de Casas del Turuñuelo, en Guareña, Badajoz, mostrando el día a día del proyecto, las labores de excavación y consolidación de las piezas, algunas de las cuales se exponen en la exposición temporal.

De esta manera, la ilusión con la que hemos recibido la exposición, ha sido máxima y, desde luego, lo que hemos visto no nos ha decepcionado en absoluto, más bien todo lo contrario.

Qué es Tarteso

Una de las cosas que más llaman la atención sobre la exposición es lo bien montado que está su discurso. No se limita a mostrar piezas sin ton ni son, sino que te va conduciendo, como si se tratara de un viaje, para que comprendas qué es eso que llamamos “Tarteso”.

Y, como no podía ser de otra manera, Tarteso comienza con mitología.

Tarteso aparece, para los griegos, como un lugar (primero, un río, luego una montaña, una región y, finalmente, una ciudad) que estaba más allá de las Columnas de Heracles, es decir, en los confines del mundo conocido. El lugar donde los griegos sitúan a seres mitológicos, como el gigante de tres cuerpos Gerión y sus bueyes, objeto de uno de los trabajos de Heracles, a Gárgoris y a Habis, inventores de la apicultura y de la agricultura con arado o, incluso, el acceso al Tártaro, el inframundo más profundo que el Hades.

Tarteso era, para estos autores griegos, un lugar lleno de riquezas, donde foceos y fenicios conseguían grandes cantidades de plata, según narran Heródoto y pseudo-Aristóteles en sus obras.

Y esta mítica y rica civilización supone la excusa perfecta para que las inspiradas mentes de finales del s.XIX, alentadas por los hallazgos de Schliemann y Evans en Troya, Creta y Micenas, comiencen la búsqueda de la ciudad perdida de Tartessos.

Es aquí donde nos conduce ahora la exposición, a los orígenes de la arqueología de Tarteso y la búsqueda de su rastro. Pasamos del mito a la cultura material, a Bonsor y Schulten y los hallazgos de los primeros objetos “orientalizantes”, y a su infructuosa búsqueda de la ciudad de Tartessos en Doñana.

No será hasta mediados del s.XX cuando voces como la de Maluquer de Motes surjan reivindicando la búsqueda de la cultura tartésica a través de sus restos arqueológicos.

Jarros tartésicos de bronce. Están expuestos recreando los primeros dibujos que A. García Bellido realizó del primer conjunto de jarros documentados en la península ibérica, denominados púnico-tartessicos (foto de Irene Guadalupo).

Tarteso antes de Tarteso

Antes de la llegada de los fenicios encontramos, en el suroeste peninsular, una cultura que se enmarca en el final de la Edad de Bronce. Es esta población la que, tras las las colonizaciones fenicias a partir del s X a.C., se fusiona con el aporte cultural que traen estos pueblos, dando origen a la cultura que denominamos Tarteso.

De nuevo, la exposición nos lleva de la mano a conocer la cultura material de estos pueblos, sus denominadas “estelas de guerrero”, su magnífica orfebrería en oro, su cerámica hecha a mano (pues son los fenicios quienes traen el torno a la península) y su armamento.

En la exposición tenemos la oportunidad de ver piezas únicas, como el tesoro de Herdade do Álamo, que se expone en el Museo Nacional de Arqueología de Lisboa y se data entre los siglos XI a IX a.C.

Detalle de una de las piezas del tesoro de Herdade do Álamo (foto de Irene Guadalupo)

La sala está presidida por una magnífica recreación, obra de Albert Álvarez Marsal, que muestra la llegada de comerciantes fenicios a las costas del suroeste peninsular. A la imagen no le falta detalle, los guerreros indígenas están representados con armas y cascos con cuernos como los representados en las “estelas de guerrero” del suroeste, podemos ver cómo los comerciantes traen animales como gallinas y burros, y objetos para comerciar, que despiertan la atención de los lugareños. Este tipo de recreaciones, que ocupan lugares preeminentes a lo largo de toda la exposición, nos ayudan a poner en contexto las piezas y a “humanizar” lo que estamos viendo. Sin duda, un acierto.

La colonización fenicia y la formación de Tarteso

Tarteso no puede entenderse sin el proceso de colonización fenicia. La llegada de los primeros comerciantes fenicios a las costas del sur de la península alrededor de finales del siglo X a.C. o principios del siglo IX a.C. supuso un antes y un después en la protohistoria ibérica. Así, a un sustrato indígena original, como se explicó anteriormente, llegaron elementos novedosos que conformaron una cultura única.

Esta simbiosis explica el éxito de la colonización en un fenómeno en el que es difícil distinguir qué es causa y qué es efecto. Si los fenicios consiguieron construir un modelo exitoso de explotación y captación de los recursos del territorio colonizado se debe, sin duda, al propio interés de los pobladores por formar parte de una red de intercambio que les era beneficiosa.

Son muchas las piezas que ilustran este periodo, abundando las cerámicas, pero entre todas brillan las estatuillas en bronce del dios cananeo Melqart, que tiene sin duda su origen en las representaciones de la deidad egipcia Reshef, muy frecuentes en Fenicia y Canaán.

Estatuillas del dios Melqart procedentes del Museo de Cádiz (foto de Antonio Luis Gallardo)

Estos cambios se trasladaron a distintas esferas. Una de las más claras es la economía, con la introducción del hierro, del torno del alfarero, de nuevos animales domésticos como la gallina o cultivos que se convirtieron en fundamentales en el sur peninsular, como la vid o el olivo y, especialmente, del desarrollo del comercio.

Esto se ejemplifica en otra de las piezas más destacadas como es el huevo de avestruz de Villaricos, Almería, fechado en el siglo VIII a.C.. Además de su belleza estética muestra cómo sus productos llegaron a las élites en todo el arco sur mediterráneo de la Península Ibérica.

Huevo de Villaricos, destaca su decoración geométrica y el borde en acabado dentado (foto de Antonio Luis Gallardo)

Pero también produjo cambios en el ámbito social. Las construcciones cambiaron, un elemento que podemos ver de nuevo con claridad gracias a las ilustraciones de Albert Álvarez, en el que podemos ver como el modelo del Templo de Melqart se trasladaría a edificaciones monumentales tartésicas posteriores, incluso de su periodo final del valle del Guadiana.

El final de Tarteso

Dos siglos después del inicio de la colonización es difícil distinguir entre Tarteso y los colonizadores fenicios. Tampoco sabemos cómo debieron ser sus relaciones. Todo ello conlleva que la mejor definición que podemos tener de Tarteso es la de un espacio geográfico en la que convivieron dos culturas, de raíces muy distintas, una atlántica, la indígena, y otra mediterránea, la fenicia, en el que también se debieron mantener diferencias.

En este proceso de investigación, con enormes avances en los últimas décadas, un punto fundamental han sido los descubrimientos de los yacimientos del valle medio del Guadiana, especialmente Cancho Roano y, actualmente, el espectacular Casas del Turuñuelo. No están claras las razones, pero a lo largo del siglo VII a.C., ya afianzado el espacio geográfico del Guadalquivir, el “epicentro” tartésico se trasladó hacia el Guadiana, produciéndose cambios no solo geográficos, sino en los modelos culturales y de explotación económica, controlada ahora por grandes edificios singulares, de distinta interpretación. Si durante años se debatió si Cancho Roano era un reciento palacial o un templo, hoy parece claro que su uso fue este último. En La Mata siempre se tuvo claro que su fin era la explotación económica de su entorno. Pero es Casas del Turuñuelo el edificio más complejo y espectacular de los excavados, y eso que aún queda mucho que desenterrar.

Hay muchas piezas emblemáticas sobre esta fase de expansión en el Guadiana. El pedestal de mármol de la escultura del pentélico griega sin duda es una de las más espectaculares, pero por su trabajo de restauración y conservación destacan también las diferentes piezas en bronce encontradas, como el plato, caldero, jarra, colador o parrilla.

Vitrina con piezas de Casas del Turuñuelo: bronces, cerámicas y restos de semillas (foto de Antonio Luis Gallardo)

Pero si las razones de expansión de Tarteso son complejas, lo son más las de su colapso. La amortización rápida y traumática de los edificios vistas en Cancho Roano y Casas del Turuñuelo son un fenómeno extraordinario, lleno de enigmas pero que, paradójicamente, nos ha permitido expandir el conocimiento sobre Tarteso. El cierre de la muestra, con una recreación del patio del Turuñuelo mostrando los restos de los caballos sacrificados, es el mejor colofón a una exposición sensacional.

Recreación del patio del yacimiento de Casas del Turuñuelo, donde se encontraron los restos de más de 50 animales sacrificados, uno 80% de ellos pertenecían a caballos. Al fondo, la pantalla donde se muestra la reconstrucción virtual del yacimiento por Josep R. Casals (foto de Irene Guadalupo)

En definitiva, se trata de una exposición imprescindible, con una didáctica muy cuidada que se nota que se ha construido con mucho cariño. El número de piezas no abruma y las seleccionadas son claves para la comprensión de la muestra.

Los paneles explicativos, los mapas y las recreaciones están perfectamente dispuestos para contextualizar y guiar al visitante y, para rematar, cuenta con una magnífica reconstrucción virtual del yacimiento de Casas del Turuñueño, trabajo de Josep R. Casals, que pone la guinda en el pastel.

Recuerda que tienes hasta el 24 de septiembre para visitarla. Nosotros repetiremos, seguro.

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