Evolución de la ciudad romana en Hispania en la Antigüedad tardía
- Esperanza Arguijo Mayoral
- 13 junio 2023
A partir del siglo III y, especialmente ya en el siglo IV, las ciudades de la Hispania romana comienzan a sufrir una serie de transformaciones y evoluciones que convertirán a las “civitates” romanas clásicas en futuras ciudades del alto medievo.
Una de las razones principales de dichas transformaciones son los propios cambios experimentados a raíz de la profunda crisis que el Imperio romano sufre en el siglo III. Por una parte, la falta de recursos para la población hace que haya un cierto éxodo hacia las zonas rurales y, por otra parte, y huyendo de los fuertes impuestos, la nobleza se establece en sus villas, en donde se hacen autosuficientes (poniendo el germen de la futura sociedad feudal), con la consiguiente disminución de actividades evergéticas hasta prácticamente su desaparición, siendo esta una de las causas del deterioro de los espacios y edificios públicos; aunque más tarde, la aristocracia y la realeza promocionaron la construcción de grandes edificaciones religiosas.
El cambio también alcanza al nexo existente entre las ciudades y el mundo rural. Dicha vinculación va desapareciendo gradualmente y las regiones agrarias se “independizan” de los entornos urbanos y se establecen así diferentes patrones económicos de los que regían en el mundo romano.
El primer síntoma de estas transformaciones es el cambio en el trazado de muchas de las ciudades. La ciudad romana estaba dispuesta en torno a dos ejes principales: “cardo” (con dirección Norte-Sur) y “decumano” (con dirección Este-Oeste), perpendiculares entre sí; el resto de las calles se trazaban en paralelo a estas dos vías. Los cruces de las diferentes calles daban lugar a las “insulae” (manzanas de casas) en lo que se llama “trazado reticular, ortogonal o hipodámico”.
Este trazado reticular desaparece en muchos puntos: se invaden y ocupan las calzadas y las vías públicas con pequeñas viviendas y talleres artesanos particulares y con la construcción de grandes edificios para el culto cristiano incluso en mitad de las dos vías principales.
Desaparece progresivamente la red de alcantarillado que se sustituye por la creación de “pozos ciegos” y la red de abastecimiento de agua se abandona. Aparecen en el registro arqueológico cisternas de recogida de agua de lluvia y pozos domésticos.
Hay una reducción del territorio urbano, con ciertas áreas abandonadas. Al mismo tiempo este territorio queda circunvalado por fuertes murallas. Algunas ciudades importantes quedan reducidas a pequeñas aldeas e incluso otras desaparecen totalmente. Es a partir del siglo V, cuando se ve un cambio en la ocupación de la vivienda en la ciudad. Las grandes “domus” pasan a ser casas multifamiliares con la consiguiente división de los espacios interiores y usando el patio central como distribuidor de entrada a las diferentes viviendas.
Con respecto a las viviendas, hay cambios también en la construcción, mucho más simple a partir de ahora. Dejan de construirse grandes monumentos y se han documentado casas pequeñas realizadas en barro o madera con suelos de tierra batida. Se documenta también una cierta ruralización, el descubrimiento de “dark earths” se ha asociado a pequeños huertos cercanos a viviendas y dentro del recinto amurallado.
Hay un cambio importante en la gestión de los residuos, ya que se han hallado vertederos y basureros intramuros que han proporcionado información arqueológica básica sobre hábitos de consumo, y han proporcionado también importantes restos de cerámica que hablan de las relaciones comerciales con el exterior (Gurt y Sánchez, 2008). Se han documentado incluso ocupando espacios y edificios antaño públicos.
La religión, motor de transformación en la “civitas” hispana
Otra de las importantes causas por las que se van a producir estos cambios en las antiguas ciudades romanas es el fuerte arraigo que va consiguiendo el cristianismo en el Imperio que, desde el año 380, es ya la religión oficial del Imperio. Este cambio en la mentalidad religiosa va a afectar a la utilización de muchos de los edificios públicos, que han perdido ya su razón de ser.
Se documentan enterramientos intramuros, especialmente a partir del siglo VI, costumbre totalmente contraria al uso romano de ubicar los cementerios extramuros. Dichos enterramientos se ubican muchas veces cerca de iglesias y basílicas, especialmente en las proximidades de las dedicadas a los mártires.
Una de las transformaciones más importantes la sufren los edificios públicos: El foro deja de ser el centro neurálgico de la ciudad que ahora gira en torno a los palacios episcopales. Se abandonan los circos, los teatros, los anfiteatros, las termas. Algunos de ellos sufren “spolia”, es decir, parte de los edificios se toman para la construcción de otras edificaciones y para las murallas, testimonio de esto último es la reutilización de materiales para la construcción de la muralla de Emérita Augusta en época tardoantigua.
Hay testimonios de reutilización de esos espacios en muchas ciudades tardoantiguas: como vertederos y basureros; con enterramientos, a modo de cementerios intramuros, un ejemplo de ello es la necrópolis hallada en el teatro romano de Itálica; viviendas multifamiliares dentro de los recintos públicos; mercados, como se evidencia en el teatro de Cartagena a mediados del siglo V. E incluso, grandes edificaciones religiosas, como es el caso del anfiteatro de Tarraco, sobre el que se erige una basílica dedicada a San Fructuoso.
Tampoco parece que haya habido un descenso importante en las actividades económicas en las urbes. Quizá la economía tuviera un alcance más regional o local, pero los mercados que se construyen en los espacios públicos hablan de cierto dinamismo económico y en algunas ciudades se evidencia la importación de productos, especialmente del área mediterránea.
Para Javier Arce, las ciudades no habían dejado de ser los centros neurálgicos y de poder de los territorios que las rodeaban a pesar de los cambios experimentados. Y según indica, existe el peligro de juzgar las evidencias encontradas con las concepciones actuales y con los “parámetros ideales del urbanismo clásico”, de pretender comparar distintas realidades con un mismo prisma ideológico.
La imperial Tarraco
Una de las ciudades mejor estudiadas y en la que se cumplen todas las premisas expresadas anteriormente es Tarraco. Asentamiento íbero, aprovechado por C. Cornelio Escipión para establecer un campamento militar a finales del siglo III a. C., siendo después capital de la Citerior en tiempos de Augusto y más tarde de la Tarraconense. Experimenta un importante crecimiento hacia el siglo II a. C., alcanzando su máximo desarrollo en el siglo II d. C. (Macías Solé, 2000).
En 476, Tarraco es ocupada por los visigodos, al parecer sin violencia, ya que no se han encontrado evidencias de destrucciones asociadas a esa fecha. Si bien, es ya en la segunda mitad del siglo II cuando la ciudad entra en un cierto retroceso y decadencia (en esta fecha se abandona el teatro), es a partir del siglo IV cuando las transformaciones urbanas se hacen más evidentes. Algunos autores mencionan invasiones bárbaras tempranas, aunque estudios recientes tienden a minimizar e incluso a refutar estas invasiones.
En el siglo IV, Tarraco se aleja definitivamente del modelo de “civitates” romanas. Se abandonan algunas zonas intramuros incluyendo el foro, centro neurálgico de la “civitas” imperial. Hacia los siglos IV y V, se evidencia la desaparición de la red de alcantarillado y el trazado reticular va cambiando con la invasión del suelo público con viviendas y comercios.
Se abandona también la parte baja de la ciudad, entre la parte alta y el puerto. Hay una importante expansión del puerto y sus alrededores. Se evidencia la pérdida del vínculo con el mundo rural, ya que hay una disminución de suministros de las zonas rurales y un incremento en las importaciones mediterráneas.
Con la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio en 380, bajo el mandato del emperador Teodosio, y la consiguiente desaparición de los cultos paganos a lo largo del siglo V, los templos romanos pierden su razón de ser y se convierten en objeto de “spolia” o bien, a partir de la promulgación del Códex teodosiano hacia el 438, son cristianizados.
Extramuros, y cerca del río, hay una importante necrópolis paleocristiana en la que se han encontrado más de 2000 enterramientos, fechada entre los siglos III y V, algunos incluso superpuestos. Existen otras necrópolis cercanas a la parte alta de la ciudad, en las que predominan las fosas, con poca monumentalidad y sin superposiciones Se han encontrado también algunas tumbas dentro del recinto amurallado.
Es a partir del siglo V, cuando comienzan a aparecer viviendas ocupando la parte alta de la ciudad y los edificios públicos; también aparecen basureros y mercados en ellos.
Con la caída de Tarraco en manos de los visigodos, la ciudad pierde importancia frente a otras, al perder la capitalidad.
El poder de la Iglesia crece y se convierte en un “factor de monumentalización”. La Iglesia comienza a edificar intramuros, en la parte alta. En el siglo VI, se construye una basílica dedicada a San Fructuoso en el antiguo Anfiteatro (lugar en el que el santo sufrió martirio en 259). La basílica está rodeada de un pequeño número de sepulturas, posiblemente de la élite social o eclesiástica. También en el siglo VI, se construye la sede catedralicia muy cerca del antiguo templo de culto imperial.
Tarraco permanece en manos visigodas hasta la invasión árabe.
Fuentes
• Arce, J. (2013). Bárbaros y romanos en Hispania:(400-507 AD). Marcial Pons Historia.
• Diarte P. La evolución de las ciudades romanas en Hispania entre los siglos IV y VI D. C.: los espacios públicos como factor de transformación. Rev. Mainake. Nº 31. 2009. Págs. 71-84.
• Gurt i Esparraguera JM, Sánchez Ramos I. Las ciudades hispanas durante la antigüedad tardía: una lectura arqueológica. En: Zona Arqueológica. Nº 9. 2008. págs. 183 – 202.
• Macías Solé JM. Tarraco en la Antigüedad Tardía: un proceso simultáneo de transformación urbana e ideológica. En: Ribera i Lacomba A (coord.). Los orígenes del cristianismo en Valencia y su entorno. Valencia. Ajuntament de Valencia: 2000. Págs. 259 – 271.
Imagen destacada: Teatro romano de Cartagena (Rafa Esteve)
Esperanza Arguijo Mayoral
Actriz a tiempo parcial. Estudiante del Grado de Geografía e Historia de la UNED a tiempo parcial, también. Cinéfila de las que comenzaron a formarse en los maravillosos cines de barrio. Amante de los libros, de todos... bueno, de casi todos. Y casi jubilada con un montón de proyectos. Me encanta la Historia, con cierta querencia por ciertas épocas: el antiguo Egipto, la época Tudor y la sociedad victoriana.