Los Laietanos, íberos de la costa central catalana

Uno de los mayores problemas al hablar de los pueblos prerromanos es que las noticias que tenemos de ellos han sido masticadas y vomitadas por las fuentes clásicas según sus propios intereses. Como bien decía Miquel Tarradell, en “Les Arrels de Catalunya”

«Por decirlo rápido, cuando de los conceptos generales que circulan de los íberos en los libros escolares y de divulgación y que sirven para la fraseología de los discursos y de los artículos de los periódicos se pasa al severo campo de la investigación no cuesta nada descubrir que aquello que parecía tan solido se desintegra muy rápido. Del mundo ibérico, en Cataluña y fuera de Cataluña, se sabe menos de lo que la mayoría de personas cultas piensan»

Miquel Tarradell, 1962.

Y es que los autores clásicos han transmitido de forma muy difusa la información de estos pueblos íberos. Y de muchos otros, la verdad. En el caso de la península ibérica el interés de los escritores de la antigüedad fluctuaba. El foco se orientaba hacia aquí, principalmente, por causas militares, cuando podían conseguirse “honores”. Cuando no… pues por desgracia, no.

Así pues, tenemos mayor conocimiento de la península durante la guerra púnica, los avances de la conquista, las guerra celtíberas, Viriato, la Guerra Sertoriana o la Guerra civil. En oposición, la atención se vuelve a oriente durante la Guerra macedónica o contra Mitridates, por ejemplo, dejando aspectos como la gestión y la administración provincial al margen hasta la reforma augustea.

Conquista romana de Hispania, por NACLE

Con el tiempo volverán a mirar a la península, ya durante periodo imperial, aunque es posible que se deba más a que ya es un territorio parte del Imperio Romano, como cualquier otra provincia. Si bien con sus matices  y sus pervivencias, los habitantes de la península, sobre todo en la zona levantina, la Baetica y el Valle del Ebro son, a todos los efectos salvo los legales, romanos.

Los íberos o iberos

(Ambas formas son correctas, pero por mantener la coherencia usaré la acentuada en todo el texto)

Pero volviendo a los laietanos en si ¿qué podemos decir? ¿quiénes eran?

Los laietanos eran íberos.

Y aquí empiezan los problemas. Y es que la idea de lo íbero es muy compleja, aunque los historiadores la simplifiquen por practicidad. Pero para no marear la perdiz, nos ceñiremos a esa simplificación. En otra entrada hablaré de lo íbero en detalle.

Los íberos, pues, formaban parte del conjunto de poblaciones que habitaban la península que los griegos llamaron Iberia, tal vez a causa de UN río Iber, que no está del todo claro que fuera el Ebro. Tampoco eso podía ser tan sencillo. Si la península era Iberia, sus habitantes eran… íberos. Hay autores que defienden que se refiere al hecho de estar en el extremo occidental de la ecúmene o mundo conocido, en oposición a la Iberia Póntica, pero esta teoría es minoritaria.

 ¿Y cuál era el origen de estos íberos? En principio no eran indoeuropeos, es decir, su origen más remoto son los grupos asentados en territorio peninsular ya desde el neolítico. Durante el Bronce llegaron una serie de aportes centroeuropeos que, en mayor o menor medida, influenciaron a la población local. Estos sí eran indoeuropeos y trajeron un nuevo ritual funerario que dará nombre a la cultura: los campos de urnas.  

Y aquí hacemos otro breve inciso, porque, si bien a veces se habla de una “invasión” o una llegada masiva, parece que no fue así. Es probable que se tratase, más bien, de una especie de goteo transpirenaico de gentes que iban llegando y se quedaron, aportando unos elementos culturales que se fueron extendiendo entre los habitantes originales.

Pero la península pasó de ser un destino turístico interesante para los protoalemanes en busca de sol, a ser parte del imperio comercial fenicio y foceo. De este modo llegaron los fenicios en busca de los productos que occidente podía proporcionar. Junto a estos, poco más tarde, también arribaron a nuestras costas los foceos o griegos de la costa de la actual Turquía. Ambos grupos influenciaron a los habitantes de la península y dieron lugar a una serie de transformaciones de distinto calado según la región. Uno de los ejemplos más claros es la cultura tartésica, probablemente derivada del contacto local con los fenicios.

En cualquier caso, estas poblaciones se asentaron en diversos puntos del levante peninsular. Los griegos en la región noreste, desde Marsella hasta la costa Valenciana. Los fenicios, mientras, harían lo propio en el sur, aunque hay restos que apuntan a un establecimiento fenicio en Tarragona. Las fuentes mencionan presencia griega hasta la región de Málaga.

Los laietanos, como otros pueblos íberos, fueron resultado de esa amalgama de circunstancias. Pero ¿y cuando pasa todo esto? Aquí tenemos otro problema.

Y es que las fuentes son generalmente bastante tardías, por lo que no podemos saber cuándo hablan de laietanos si se refieren a los pueblos coetáneos suyos o transmiten noticias de la antigüedad, por lo que hemos de acudir a la arqueología.

Se acepta, en general, que la cultura ibera se origina en torno al siglo VII a.C. y para el VI ya está plenamente formada. El ibérico pleno se sitúa en torno al siglo IV-III a.C. dependiendo de la zona.

Cuadro cronológico por regiones y autores, extraído de Celestino Pérez, S. (Coord.) (2017) La protohistoria en la península Ibérica. ISTMO. Colección Historia de España, II, página 447.

Localización geográfica

En ese periodo, los laietanos estaban asentados en el área de la costa central catalana, más o menos en las actuales comarcas del Barcelonés, el Maresme, el Baix Llobregat, parte de la Selva y los Vallés Oriental y el Occidental. Siguiendo la cordillera litoral y las estibaciones del Macizo del Montseny, se desparramaban desde Blanes o el Tordera hasta el Llobregat, usando las zonas de paso natural y los valles para adentrarse en el interior. Algunos autores sugieren que habrían abarcado más territorio al interior, otros lo reducen, pero en general se acepta esta geografía. Básicamente bordeaban la fértil llanura vallesana y la Plana de Barcelona

Área Laietana, modificado de Rwxrwxrwx
Geografía de Cataluña, de HansenBCN

Recapitulando, los laietanos fueron un grupo de población que formaba parte de la cultura íbera asentados en la costa central catalana entre el siglo VII a.C. y, más o menos, el siglo I d.C. Bueno, más adelante volveremos a este punto “final”.

Las fuentes clásicas

Las fuentes clásicas son bastante parcas, como he dicho anteriormente, además que dada la variedad de etapas en que escriben, los datos varían igualmente.

  • Estrabón (64 a.C.- 23 d.C.), en su Geographia, III, 4, 8, habla de los Leetanos y Lartolaietes (Λεητανῶν καὶ Λαρτολαιητῶν).
  • Claudio Ptolomeo (85-165 d.C.), en su Geographia, II, 6, 18, menciona la costa de los Laietanos, situando las ciudades de Barcinon (Barcelona), Baitulon (Badalona), Ailuron (Mataró) y Blanda (Blanes), la desembocadura del Rubricatum (Llobregat) y el Lunarion akron o Promontorio lunar entre Mataró y Badalona.
  • Plinio el Viejo (23-79 d.C.), Naturalis Historia, III, 4, 21, menciona a los laietanos a continuación del Rubricatum.

Características generales de los laietanos

El pueblo laietano no difería, a rasgos generales, del resto de pueblos íberos. Se dedicaba a la agricultura cerealista y el excedente era almacenado y gestionado por una élite. Esta élite podía ser un rey, un régulo o un cabecilla o bien un “senado”, es decir, un grupo de aristócratas. Las fuentes hablan de que tanto Catón como Pompeyo se relacionaron con estos “senados” de distintos pueblos íberos, como los Ilergetes. (En otra entrada, cuando se trate la conquista de Hispania, volverán a aparecer ambos personajes). Estuviera en manos de quien fuera, el excedente se almacenaba en unos silos excavados, es decir, una serie de agujeros de gran tamaño que se cubrían hasta que, por diversas razones, dejaban de usarse y se rellenaban. El hallazgo de estos silos nos ayuda a entender, en parte, el funcionamiento de estos grupos. Un gran número de silos que se van cegando de forma paulatina puede apuntar a una larga ocupación. Si en cambio, se dejan de usar a mayor velocidad, podría señalar un mayor número de población. La aparición de pequeños grupos de pocos silos en el interior de viviendas o lejos de los centros de poder nos puede hacer pensar en una apropiación del excedente, ya sea por esas élites o por los propios campesinos. Pero sobre todo nos permite comprender, en cierta medida y de forma hipotética, la jerarquización social existente dentro de estos grupos, así como su evolución.

Campo de Silos de la Zona arqueológia de la Sagrera, en Barcelona, de Francesc Antequera (CODEX)

Lo cierto es que la sociedad Laietana, de nuevo igual que el resto de pueblos paralelos, es poco conocida. Lo más probable es que se agruparan en sociedades de jefatura donde esos régulos o el senado, controlaban el excedente, distribuyéndolo a su discreción. Este jefe o esa aristocracia son los que modulan toda la estructura social, pues su familia y las personas más cercanas a ellos, se convierten en parte de esa élite, mientras que cuanto más lejos de ellos, más lejos del poder. Cabe la posibilidad que estos cabecillas se hubieran enriquecido mediante el control del territorio y el comercio, aunque es posible que eso hubiera sido generaciones antes, por lo que se trataría de facto de una aristocracia. Esta estructura, además, implicaría la existencia de élites secundarias, muy posiblemente relacionadas con la aristocracia principal por lazos de clientela. Estos grupos secundarios podrían, por ejemplo, ejercer un poder delegado y administrar el territorio desde poblados de menor entidad, como luego veremos.

Es representativo que para los Laietanos haya más enterramientos del Bronce final y el hierro I, es decir, antes de la fase “íbera”, que para esta última. Si bien puede deberse a múltiples factores, el más probable es  que se produjera un cambio en la forma de concebir el trato a los muertos. Es llamativo, además, que no sólo desciende el número de restos, si no que pasa a haber solo una necrópolis, justo junto al Oppidum de Burriac, el más importante (por ahora) de los poblados fortificados de los laietanos. Aparentemente, en este habría residido la élite, esos aristócratas que controlaban el excedente, quienes serían los únicos con derecho a ser enterrados en ese lugar y de forma más… perdurable.

Esta forma de estructurarse socialmente se relaciona ya con cierta organización, más elaborada que la que entendemos habitualmente como tribu. Algunos autores incluso apuntan a la existencia de una estructura pre o casi estatal. Y al analizar los lugares de hábitat, vamos a ver esa organización que ya tiene tendencia a una cierta jerarquización.

La ocupación del territorio

Y es que una cosa interesante de los Laietanos es cómo organizaban el espacio. Los Oppida, es decir, los pueblos fortificados donde residían, cumplían diversas funciones y su distribución, aparentemente, respondía a dicha finalidad.  

Sin embargo, un hecho también llamativo de los pueblos íberos de la costa catalana, es decir, Cessetanos, Laietanos e Indiketes, es que su evolución es posterior a la de otras regiones, como las del interior de Cataluña, el valle del Ebro o las más cercanas al núcleo tartésico. La zona costera desde el Pirineo hasta el Ebro tuvo un desarrollo tardío en comparación con el interior. A la llegada de los comerciantes fenicios, aun se encontraban viviendo de forma seminómada. La población se desplazaba, siguiendo una agricultura itinerante reocupando anteriores lugares de habitación, entre ellos cuevas o casas aisladas. Hay que tener presente que los grupos eran, básicamente, pequeños núcleos familiares, no pensemos en grandes tribus. Será, muy probablemente, a causa del contacto con estos fenicios cuando, en torno a la segunda mitad del siglo VII a.C., se empiece a producir el cambio que conducirá a la posterior jerarquización social y territorial.

Puede que estos contactos iniciales se dieran en el contexto del comercio silencioso que refiere Heródoto (IV, 196):

«Los cartagineses también nos dicen que comercian con una raza de hombre que viven en una parte de Libia allende las Columnas de Hércules. Al llegar a este país, descargan sus bienes, los colocan ordenadamente a lo largo de la playa y entonces, regresando a sus botes, levantan un humo. Al ver el humo, los indígenas bajan a la playa, colocan en el suelo una cantidad equivalente de oro a cambio para los bienes y se alejan de nuevo una distancia. Los cartagineses vuelven a la zona, miran la cantidad de oro y si piensan que representa un precio justo para su mercancías, lo recogen y se van; si, por otro lado, les parece demasiado poco, se vuelven a los botes y esperan; y los indígenas vienen y añaden oro hasta que estén satisfechos. Hay honradez perfecta en ambos lados; los cartagineses nunca tocar el oro hasta que se iguala el valor que han ofrecido para venta, y los indígenas nunca tocan los productos hasta el oro ha sido retirado.»

Esta organización territorial, iniciada en el siglo VII a.C., se va desarrollando hasta alcanzar su apogeo hacia mediados del siglo V a.C. y, sobre todo, en los siglos IV y III a.C., es decir en el Ibérico Pleno.

Cuando hablamos de jerarquización territorial nos referimos a la forma en que el territorio se organiza de forma que haya unas entidades que administran y toman decisiones y otras que mantienen a ese o esos centros administrativos. En el caso Laietano veremos que se trata de una pirámide con hasta cuatro niveles.

Cada uno de esos niveles responde a una serie de características propias que permiten agruparlos en conjuntos más o menos homogéneos. Aun así, hay que recordar también que muchos de los datos arqueológicos que tenemos son parciales y, por tanto, en constante revisión.

Plafón informativo del Poblado de Puig Castellar, en Santa Coloma de Gramenet, de Joan Gené

En otra entrada analizaré el hábitat de los laietanos de forma más detallada, pero en general podemos hablar de:

  • Unos oppida de mayor tamaño (entre 3 y 10 hectáreas) fortificados, donde probablemente residía la élite y desde donde se administraba el territorio general. Es el caso de Ilturo/Burriac, o quizá Barkeno/Montjuïc, aunque esto aun es mera hipótesis. Hay autores que consideran estos oppida mayores una especie de precapitalidades.
  • Unos oppida de segundo orden, de menor tamaño (entre 2 y 4 ha), pero también fortificados, posiblemente relacionados con actividades de control administrativo de menor entidad pero en los que se han encontrado siempre restos de actividades productivas de transformación, como cerámica o hierro. Son ejemplos el Turó de la Rovira o el Turó d’en Boscà. Puede que aquí residieran esas élites subordinadas.
  • Unas ciudadelas, de pequeño tamaño (menos de 0,5 ha), fácilmente defendibles, con una función posiblemente vinculada al control territorial. En el caso de la Laietania no hay ninguno por ahora que pueda cumplir esa función, dada la inexistencia de residencias complejas en su interior como se encuentran en Alorda Park (en Tarragona, en territorio Cossetano)
  • Aldeas fortificadas, sobre todo de tipo village clos. Son también de pequeño tamaño (menos de 1 ha, normalmente en torno a 0,5), con defensas sencillas, generalmente la muralla se usa como fondo posterior de las casas, dando lugar a un espacio central vacío o con construcciones comunitarias. Suele haber pruebas de actividades productivas, sobre todo textil o metalúrgica. Suelen tener buena visibilidad, en lugares altos, en cimas, por lo que podría mezclar una finalidad defensiva con otra de control del territorio. El ejemplo más interesante es el del Puig Castellar en Santa Coloma, donde hasta se han documentado restos de cráneos clavados en los muros. Otros ejemplos son el Turó Gros de Céllecs, Castellruf o el Puig Castell de San Cebrià de Vallalta.
Plafón con reconstrucción del poblado de Puig Castellar, fotografía de Margavela
Cráneo de un joven hallado en Puig Castellar, las marcas indican un golpe por detrás y su posterior clavado mediante un clavo, fotografía de Dorieo
  • Poblamiento disperso. Muy variable, normalmente en el llano, sin fortificaciones, aparentemente sería desde donde se trabaja el campo, por lo que hay silos para almacenar el grano, aunque no se dan grandes concentraciones. En muchos casos se ubican cerca unos de otros.

Al margen de esta tipología, existen núcleos que se dedicarían a actividades productivas especializadas, como el Turó del Vent en Llinars del Vallés, donde se documentan multitud de elementos relacionados con la industria textil y metalúrgica.

Estas estructuras de hábitat, además, se van a distribuir de forma bastante lógica, buscando controlar la llanura prelitoral, tras la cordillera litoral, en los territorios de los dos Vallés y la Plana de Barcelona. Los oppida se organizarán en tres líneas de forma que desde las colinas a ambos lados de esas llanuras se pueda ver el territorio y, a la vez, se controlen los pasos a la zona litoral. Al otro lado de la cordillera, orientados al mar, es donde se ubican los oppida de mayor envergadura, probablemente destinados a residencia de la élite, puntos comerciales, salidas portuarias, etc. En otra entrada, cuando hable de las formas de hábitat analizaré también la visibilidad y otros elementos interesantes vinculados a esta distribución.

Ejemplo de las vistas desde una montaña en la Cordillera Litoral, por Lluís Ferrer
Vistas de la depresión prelitoral desde el Puig Castellar, de Enfo

La religión de los laietanos

En cuanto a la religión laietana, como de la mayoría de cultos íberos, sabemos poco o nada. En este caso atestiguamos, cerca de Burriac, un santuario en una cueva, “la Cova de les Encantades”, en Cabrera también, por debajo de la cima del Montcabrer. En su interior se encontraron restos desde el siglo IV a.C. hasta su abandono, en torno a mediados del I a.C. A diferencia de otras cuevas santuario íberas, en este caso no parece que hubiera una vinculación con el agua, aunque no se puede descartar la cercanía de alguna fuente natural o una surgencia. Entre los materiales encontrados destacan gran cantidad de restos cerámicos de vajilla común, ya sea indígena o importada, cuya finalidad no está clara. Junto a esto aparecen vasitos bitroncocónicos, miniaturas, terracotas y vasos plásticos que puede que fueran votivos o bien destinados a algún uso ritual. Además aparecen dos thymateria, dos pebeteros o incensarios con forma de cabeza, tal vez asimilable a Deméter o Tanit. De ser cierta esta identificación, podría estar en relación con alguna forma de culto a la fertilidad del campo.

Estas representaciones de la diosa son bastante habituales entre los íberos del Nordeste y su origen podría ser púnico, tal vez llegando vía comercial con Ebussus. Se han documentado en diversos puntos de la Laietania además de este santuario como en los poblados de Mas Boscá (Badalona), Puig Castellar (Santa Coloma de Gramenet), Can Oliver (Cerdanyola del Vallés), Turó de les Maleses (Montcada i Reixac) y Castellruf (Santa María de Martorelles); en los campos de silos de Can Fatjó (Rubí) y Can Miralles-Can Modolell (Cabrera de Mar) y en la necrópolis del Turó dels dos Pins. Fuera de la Laietania, estas cerámicas se han encontrado también en el área del Empordà (Ullastret, Empúries, Roses, Pontós) y en Tarragona (Bordisal de Camarles, Castellet de Banyoles, La Moleta del Remei, El Vilar).  Asimismo, en esta misma cueva aparece una cabeza de toro esculpida en granito de forma muy esquemática, en uso hasta época romana imperial.

Pebetero que representa a la diosa Deméter-Tanit. Puntal dels Llops. Siglo III a. C. Museo de Prehistoria de Valencia. De Carlos1966

Más allá de estos restos, sabemos muy poco de la religiosidad de este pueblo, como ya he mencionado. Es posible que el Lunarion Akron mencionado por Claudio Ptolomeo fuera un santuario, incluso esa misma cueva de las Encantades, pero no es seguro. Puede que el entierro en la Necrópolis del Turó dels Dos Pins donde aparecen dos pebeteros tenga un reflejo en otra similar en Empúries y se tratara de alguna personalidad relacionada con el sacerdocio, pero no es más que una hipótesis indemostrable.

Esta necrópolis es la más importante de la zona durante el periodo íbero. La necrópolis del Turó dels Dos Pins ha documentado 94 tumbas entre la segunda mitad del siglo III a.C. e inicios del II a.C. aunque junto a esta hay otras de menor tamaño como la de Can Rodon, Can Ros o una tumba aislada en Can Miralles-Can Modolell, reutilizando un silo abandonado. En estas tumbas se registran ajuares compuestos, principalmente, de vasos cerámicos autóctonos y de importación, junto a objetos de valor como fíbulas metálicas, hebillas de cinturón, ornamento personal incluso en oro y plata, un escarabeo en Marfil y bronce, etc… Además, en muchas de estas se documentan espadas de tipo la Tène, lanzas y umbos de escudos, todos inutilizados ritualmente.

Urna funeraria ibérica de Can Rodon de l’Hort, Cabrera de Mar. Siglo III a. C. Museo Arqueológico de Cataluña. De Dorieo

El supuesto final de los Laietanos.

El tema del final de los pueblos íberos o cualquier pueblo prerromano conquistado por los romanos, es espinoso. Si bien apuntaba antes que el fin de los laietanos se data en torno al siglo I d.C. esto es muy matizable.

Solemos tomar como el fin cuando ya no quedan pervivencias visibles de estos grupos. Es decir, la cultura ha sido poco a poco modificada por los recién llegados, lo que provoca que las conductas, formas de pensamiento, modos de vida, economía, etc. se altere hasta tal punto que no se puede vincular con los precedentes, sino con aquella que han traído, en este caso, los romanos. En este sentido, el área laietana, tras la conquista romana, pronto irá adoptando elementos romanos, como se verá en otra entrada posterior cuando hable de la romanización. Lo cierto es que para tiempos de Augusto y la fundación de Barcino, los oppida han sido abandonados, el territorio parece haber sido sometido a la centuriatio y repartido, las estructuras urbanas son romanas, etc.

Placa de mármol con el nombre de la Colonia Barcino, dedicada por los sesvires augustales, de Jaycross

El problema es que es muy difícil demostrar que eso suponga el fin de la cultura íbera realmente. Es fácil creer que los romanos llegaron y, en dos siglos, lograron transformar la población indígena en copias más o menos aceptables de los habitantes del Lacio o de Italia. Pero la realidad es más escurridiza. Mucha de la documentación que tenemos, ya sea epigráfica, arqueológica o literaria, siempre se va a poner en relación con las élites, principalmente las urbanas, cuya meta será la ciudadanía, el acceso a la Curia municipal y, si todo va bien, al rango senatorial. Es decir, su máxima será ser lo más romanos posible. Sin embargo, el mundo rural es distinto. Si estudiamos, por ejemplo, la cristianización, vemos que las áreas rurales mantuvieron tradiciones paganas durante mucho más tiempo, en el mejor de los casos adaptándolas a la nueva realidad. Nada nos hace pensar que no pudiera darse el mismo efecto con la cultura.

Entonces ¿el fin de los laietanos? Pues se toma el siglo I d.C. porque ya no se documentan inscripciones ni nombres íberos en la región. Pero lo cierto es que Cornelio Frontón en el siglo II d.C. y el Obispo Eutropio en el VI d.C. refieren aún el uso de la lengua íbera. Frente a esto, tenemos la cita de Estrabón que dice que los turdetanos, en tiempos de Augusto, no recordaban su lengua.

¿Hasta que punto podemos suponer el fin de esta cultura? ¿Qué pervivencias quedan? No lo sabemos. La ausencia de datos fiables originados por estos pueblos, es decir, la total falta de perspectiva emic no nos permite más que intentar encontrar los restos de esta cultura, como otros ejemplos prerromanos, a partir de la arqueología en exclusiva, por lo que es prácticamente imposible adivinar qué o cuánto pervivió.

En el peor de los casos podemos tomar como fecha límite el 212 d.C. y el Edicto de Caracalla, cuando se concede la ciudadanía a todos los habitantes libres del imperio.

Fuentes

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