SOROR. Mujeres en Roma. Una reseña

La mujer en Roma se nos ha presentado habitualmente dividida en dos representaciones casi arquetípicas: la matrona casta y la envenenadora ambiciosa. El presente libro, escrito por Patricia González Gutiérrez, nos da una visión diferente, mucho más completa, más rica en matices de lo que era la mujer en Roma. O las mujeres, por que como bien dice, no existe la “mujer romana”, existen muchas formas de ser mujer en Roma (página 1). 

A lo largo del libro la autora nos explica, con ejemplos bien documentados, los cómo y los porqués de sesgo que aún hoy tenemos en torno a la feminidad en Roma. La autora ya nos advierte desde el principio: “las fuentes no son inocentes y menos aún las romanas” (XV). Tampoco lo pretendían. La mujer debía cumplir un rol que la literatura y la cultura, en general, se volcaba en recordarle, ejemplificando qué ocurría cuando ese código moral se transgredía. La figura masculina era pública, política, era el pater familias. El estado era el conjunto de esos pater familias. La mujer estaba supeditada al varón, preparada desde niña para cumplir con su obligación con el estado: dar a luz nuevos romanos. 

La realidad, sin embargo, nos golpea con contundencia a través de las páginas de SOROR. Si analizamos las fuentes, la mujer aparece como un ser débil, emocional, vinculado con la naturaleza, compartiendo una idea de peligro cuando no era controlada. Su imperfección justificaba su dominación, pues no era más que un hombre incompleto, llegando hasta el punto de cuestionar su participación en la forja de una nueva vida. La mujer se convertía, así pues, en una “maceta”, un “horno”.

«Un aspecto fundamental […] era quién participaba en la creación de una nueva vida. […] La mujer […] sería una maceta […], o un horno. […] No conviene olvidar que la idea de la mujer como un ser cercano a la naturaleza, aunque se haya reapropiado en tiempos recientes y nos suene místico y poderoso, no era un halago en el mundo clásico. La naturaleza, […] era algo peligroso, algo que tenía que ser controlado para no acabar con la humanidad entera.»

(SOROR, página 16)

La legislación se mostraba coherente con ese ideario. Junto a la supeditación al varón, primero al padre y luego al marido, existían leyes que permitían su asesinato en caso de adulterio, les impedía heredar de sus hijos, etc. Además de esas normas, la presión social, la costumbre. Ya fuera mediante los ejemplos de Virgina o Lucrecia, las lápidas recordando y alabando a la mujer casta, lanifica, domiseda, pia…, una educación limitada, juegos, juguetes… todo ello la dirigía a un rol de género. Su papel en la obra social que era Roma culminaba con el matrimonio al poco de cumplir los doce años, cuando era viripotens, es decir, capaz de soportar las relaciones sexuales con un hombre, siempre mayor y más experimentado, habituado a sexo poco cuidadoso con esclavas o prostitutas. Esta joven adolescente llegaba a una vivienda nueva, haciéndose cargo de su gestión, quedándose embarazada. Y todo ello siendo apenas una niña. 

Y cada fallo contaba. Plinio, por ejemplo, responsabilizaba a su esposa del aborto sufrido por haber realizado actividades nada propicias. 

Pero la mujer no era solo la aristócrata doméstica, lanifica, paridera, es decir, una matrona. Las romanas también buscaban ciertos espacios para participar en la vida social y ejercer cierto poder, superando las barreras impuestas socialmente a su género. Y algunas lo lograron. Otras sencillamente eran humildes y tenían que sacar adelante a su familia. Había esclavas que no tenían más remedio que seguir las órdenes. Tantas mujeres, tantas formas de ser romana.

Uno de esos medios para encontrar sus espacios de poder fue la religión. Bien mediante el sacerdocio femenino, bien desde el evergetismo, lograban transgredir, en cierta medida, los límites impuestos. 

No obstante, siempre bien controladas. 

Las vestales eran consideradas responsables del bienestar de Roma. Tal es así que no resulta extraño que las ejecuciones a sus miembros se llevaran a cabo en periodos de conflictividad social. La magia, en cambio, iba más allá del género, aunque a la mujer se adscribía una magia muy ligada a la naturaleza, como el empleo de las plantas, útiles para interrumpir un embarazo, curar una enfermedad o envenenar… 

La mujer, al menos la que no era rica, debía trabajar y lo hacía. La esclava lo tenía mucho más complicado, igual que tantos otros grupos de mujeres cuya ausencia de honra, además, las hacía susceptibles de la violencia sexual. Son los casos de las prostitutas, las bailarinas, las trabajadoras de tabernas, las libertas no liberadas para casarse, etc. Eran cosificadas llegando a ponerlas en riesgo.

Sin embargo, también había mujeres sin esa lacra. Trabajaban, tenían negocios, se hacían ricas y gestionaban sus bienes. Muchas de ellas, tal y como señala el libro, atestiguaban su oficio en sus lápidas, orgullosas de ser médicas, ornatrices, hilanderas, comerciantes, prestamistas… Cuando conseguían esos recursos, aun a pesar de seguir bajo el control del pater familia, podían ejercer cierto poder, ya fuera financiando edificios o estatuas, collegia, pidiendo el voto para un candidato o prestando dinero para otros. Era su pequeño espacio, el lugar que podían alcanzar si se les permitía. Y cuando llegaban, le sacaban beneficio.

Pero cualquier mujer que obtuviera poder corría el riesgo de ser cuestionada, criticada, atacada, como ponen de manifiesto los casos de Cornelia, Hortensia, Livia, Fulvia, Mesalina, Agripina, Julia, Teodora, Julia Mesa, Julia Soemis, Julia Domna, Plotina… todas ellas destacaron, a veces fueron alabadas por seguir el ideal de mujer romana, otras fueron vilipendiadas por la historia por no haber cumplido su rol. En el caso de las emperatrices y las parientes del emperador, además, eran un blanco fácil para criticar, atacar y justificar el destronamiento. Un varón que no pudiera controlar a su mujeres poco podría controlar un imperio. Un hombre gobernado por mujeres, ¿cómo podía regir? 

Conspiradoras, ninfómanas, manipuladoras, envenenadoras, ambiciosas, fluctuantes… todos los rasgos que las convertían en las villanas de sus historias han pervivido para legarnos una imagen mil veces reiterada. Y de este modo se justifica la caída de “su hombre”.

Pero este libro las rescata, nos hace dudar de la figura de la Livia de Graves en Yo, Claudio; nos presenta mujeres sobreviviendo, enfrentándose a una realidad que las ata, o lo pretende al menos; escapando de los límites impuestos por unos hombres muchas veces temerosos de lo que podían hacer si no eran controladas. 

Esclavas, prostitutas, campesinas, comerciantes, joyeras, ricas, pobres, pías, castas, impuras, inteligentes, hábiles, desgraciadas, desafortunadas… todas ellas cuentan historias y con sus voces silenciadas, nos cuentan mucho más de lo que se creía. 

El libro no solo nos presenta una multitud de ejemplos de mujeres distintas, si no que además, nos pone frente al espejo para que asumamos la responsabilidad de por qué esas mujeres no aparecen en los libros de historia.

Portada de la segunda edición, Desperta Ferro ediciones

El libro se divide en siete capítulos y unas conclusiones. En cada capítulo nos narran diferentes aspectos de la vida de la mujer, pasando de lo general a lo concreto. Arrancando de la “idea”de mujer y como se justifica (capítulo 1), sigue con sus relaciones familiares y el régimen legal (Capítulo 2). Posteriormente nos habla de su vida en sentido cronológico, de niña a anciana (Capítulo 3). En el capítulo 4 nos presenta la vertiente más sacra, mientras en el 5 nos pone frente a su opuesta, la mujer fuera de las normas, la “marcada”. En el capítulo 6 nos revela la existencia de mujeres en sus oficios, orgullosas, participando, además, de esos resquicios de poder que le quedaban. Finalmente, antes de unas conclusiones que recapitulan el libro, nos habla de aquellas mujeres famosas y el juicio que la historia nos ha legado de ellas y sus relaciones con el poder (Capítulo 7). 

Como dice la autora, 

La historia de las mujeres es la historia de todos

Y este es un libro genial para adentrarse en ella. 

Patricia González Gutiérrez es licenciada en Historia por la UCM, donde también se doctoró, con una tesis sobre el control de la natalidad y del cuerpo femenino en Roma. Su tesis fue publicada posteriormente con el título El vientre controlado. Anticoncepción y aborto en la sociedad romana (KRK). También es autora de Soror. Mujeres en Roma (Desperta Ferro Ediciones) y ha sido, además, asesora histórica de la serie El corazón del Imperio (Global Set/ Movistar), precisamente sobre las mujeres en Roma. (Extraido de Desperta Ferro)

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