La tragedia de Corea del siglo XIX: Del aislacionismo a caer en manos de Japón
- Antonio Luis Gallardo
- 26 septiembre 2022
Si comparamos Estados Unidos y Corea a mediados del siglo XIX sus realidades no pueden parecer más distintas. Pero dentro de estas diferencias, sí tenían algo en común, sus fuertes tensiones internas a la que dieron respuestas completamente contrarias. La respuesta de Corea fue reforzar su aislacionismo. La de Estados Unidos intensificar su expansión territorial que le llevó no solo a completar la colonización de su espacio territorial en Norteamérica, también a realizar intervenciones activas en Centroamérica, Sudamérica y Asia, incluido Corea. Ambas les llevó a “conectar” y chocar por primera vez en su historia. Así, el hundimiento de un barco norteamericano y el asesinato de su tripulación llevó a una fracasada y bastante desconocida intervención militar 80 años antes de la Guerra de Corea.
Una represalia en apariencia menor pero que dentro del contexto de la expansión occidental en la región generó una respuesta por parte de Corea que, por su trascendencia y consecuencias, aceleraría su decadencia y marcaría unas décadas más tarde su pérdida de independencia y su historia más actual.
Corea en el siglo XIX: Problemas internos y resistencia al cambio
Para entenderlo es importante analizar su evolución durante la Edad Moderna. Corea nunca se recuperó del todo económicamente de la devastación de las invasiones japonesas de finales del siglo XVI. Además, en el siglo XVIII inició una decadencia en su sistema político y de promoción social que se consolidó en la primera mitad del siglo XIX y que agudizó los problemas del reino.
Con una estructura social al borde del colapso, los viejos valores y normas empezaron a no parecer apropiados. El país se encontraba al mismo tiempo acosado por las naciones occidentales, las cuales desde la revolución industrial habían aventajado a Asia en poderío material y militar. El sistema político tradicional basado en el que el monarca se rodeaba de los más preparados fue sustituido, durante la segunda mitad de la dinastía Joseon, por otro basado en familias y facciones que sin mérito ninguno luchaban por hacerse con el poder.
El confucionismo que suponía una sociedad estática y jerárquica, comenzaba a ser irrelevante para un país en transformación. La clase yangban, la clase gobernante tradicional formada por aquellos que habían aprobado los exámenes gwageo para entrar en la administración, estaba en vías de desintegración. Los yangban que continuaban en el poder eran exclusivamente los aristócratas, pero los que no tenían cargos oficiales y sin posibilidades de obtenerlos con gobiernos regidos ahora por facciones descendieron al nivel de plebeyos.
Con esta situación social, el rey Cheoljong murió en 1864 sin dejar descendencia masculina. Esto volvía a significar a que se desencadenara una lucha inmediata por la sucesión, que esta vez trajo consecuencias aun más funestas para el reino. El rey Gojong, aún niño, ascendió al trono y su padre fue hecho regente y se le confirió el título de Daewongun (Príncipe de la Gran Corte). Fue uno de los personajes más poderosos de la dinastía Yi que en una de sus primeras medidas expulsó a sus rivales, los Andong Kims de las posiciones que habían ocupado en el reinado anterior para ser remplazados por hombres de su confianza.
Desde un punto de vista positivo, buscó anular el poder de las facciones y crear un gobierno central más fuerte, pero no tuvo en consideración la situación financiera del país. Sus grandes gastos (incluso reconstruyó el Palacio Real, en ruinas desde la invasión japonesa de 1592) llevó a que se disparara la inflación y se devaluara la moneda, generando más pobreza.
Pero el punto más importante de su política fue el reforzamiento del aislacionismo por dos vías. La primera, impidiendo la llegada de cualquier misión diplomática o barco del extranjero. La segunda, y como extensión de la primera, persiguiendo con especial virulencia a los católicos.
El problema religioso en Corea en el siglo XIX
Para entender las persecuciones a los católicos hay que remontarse unas décadas atrás. En esos años, la miseria económica fue en parte responsable de la difusión del catolicismo en Corea. Una expansión que se empezó desarrollar en el siglo XVIII y que tuvo en contra al gobierno al descubrir contradicciones entre los principios católicos con la doctrina confuciana.
En un primer momento, las medidas anticatólicas no fueron muy severas, especialmente porque había encontrado la simpatía con algunos miembros de la facción del sur que desde finales del siglo XVIII compartía el poder con la facción Noron. Pero, a la muere del rey Jeongjo, en 1800, todo cambio. Sunjo, el nuevo monarca, era menor y estaba dominado por la familia de su bisabuela, los Andong Kims ya mencionados anteriormente, miembros de la facción Noron. Así, sí antes de 1800 ya comenzaron las primeras ejecuciones, en medio del conflicto por el control del poder con la facción del Sur creció la persecución a los católicos coreanos. Se paso del antagonismo por el choque con las doctrinas confucianas a también denunciar que el crecimiento del catolicismo entrañaba una amenaza de invasión extranjera, algo sumamente temido por los coreanos a lo largo de toda su historia. La situación se agravó cuando una reacción similar comenzó a desarrollarse por los gobernantes manchú de China.
El peso de la evangelización lo llevaba la Sociedad Francesa de Misiones Extranjeras que era la responsable del envío de misioneros a muchos puntos de Asia, incluida Corea, que fue designada diócesis aparte y excluida de la jurisdicción del obispo de Pekín. La persecución fue discontinua. Hubo momentos de gran permisividad y otros en los que se regresó de forma virulenta. Así, en 1839 tres sacerdotes franceses fueron capturados y ejecutados a orillas del río Han. A pesar de esto, los católicos no se acobardaron y en 1845 se ordenó el primer sacerdote coreano, Kim Taegon, en Shanghái, que posteriormente fue también ejecutado junto al mismo río.
En 1849 con el ascenso del rey Choljeong al trono las persecuciones disminuyeron. La cantidad de católicos coreanos aumentaba progresivamente. Se pasó de unos 11.000 en 1850 a unos 23.000 en 1865. En 1861 Seúl y sus alrededores fueron divididos en parroquias, incluso había conversos dentro de la servidumbre femenina del palacio. Pero esta situación no se mantuvo en el tiempo. Al igual que para otras naciones del este asiático el periodo de mediados del siglo XIX fue de gran inestabilidad y para Corea el catolicismo, siempre asociado a la amenaza extranjera, se convirtió en uno de los “enemigos” principales para el Daewongun. Muchos coreanos lo relacionaban con la intrusión de naciones foráneas, algo que Corea había experimentado sucesivas veces en su dramática historia de la mano de invasiones chinas y japonesas, y por ello lo odiaban profundamente.
Todo esto desencadenó una gran persecución contra los católicos hasta 1872. Nueve de los doce sacerdotes franceses en Corea fueron ejecutados y cerca de 8.000 cristianos coreanos perdieron la vida durante este periodo.
El expansionismo norteamericano en Asia: El caso de Japón
Mientras Corea respondía a sus problemas económicos y sociales con aislacionismo y persecución religiosa, Estados Unidos contestaba a los suyos de forma contraria, con una expansión territorial nunca vista. Pero esta expansión desde los Apalaches al Pacífico estaba marcada por una dualidad. La línea Mason-Dixon separaba los estados esclavistas al sur de los industriales del norte. Las diferencias económicas y la gran tensión política fueron aliviadas en buena con esta expansión dentro de América, donde ambos grupos de Estados competían para crear nuevas entidades territoriales no esclavistas o esclavistas y así asegurarse mantener un equilibrio en el Senado. El crecimiento de población en el norte les aseguraba una mayoría en el Congreso, pero desde el Senado, donde cada Estado tiene dos representantes con independencia de su población, el sur esclavista podía paralizar cualquier iniciativa que conllevara la abolición de la esclavitud.
Este hecho que puede parecer que no tenía relación con lo que sucedía en Asia, sí aceleró consecuencias muy directas. Pronto se vio que el norte tenía ventaja también para crear nuevos estados y por ello, desde el poderoso sur se impulsaron los primeros episodios de expansión más allá de sus fronteras, como las guerras con México (gracias a las cuales se hicieron con un basto territorio desde Texas a California) o los primeros intentos, más o menos apoyados veladamente, de intervención en Centroamérica (Nicaragua). Pero estos pasos hacia el expansionismo territorial y la creación de una justificación ideológica, como “nación elegida”, también tuvieron su motivación económica. Estados Unidos necesitaba expandir su mercado para su cada vez más pujante industria y, como otras potencias occidentales, puso su vista también en Asia.
Los británicos fueron los primeros en buscar abrir a la fuerza distintos países para sus productos. En China, durante la Guerra del Opio (1839-1842), la superior fuerza de fuego de los británicos mostró como fue fácil doblegar a los chinos y los obligó a firmar un tratado humillante que causó conmoción en todos los estados de Asia Oriental. Este resentimiento se propago por toda China y finalmente dio lugar a la rebelión Tai Ping entre 1850 y 1864. Esta desencadenó una nueva intervención de ingleses, ayudados en estos casos por los franceses, que acabó en un nuevo tratado por el cual las potencias aliadas conservarían sus misiones diplomáticas en China, podían viajar libremente por el país, continuar con el comercio y enviar misiones cristianas. Incluso se abrieron once puertos nuevos a barcos extranjeros y se permitió que remontaran el río Yangtsé.
En el interín de estos sucesos en China, en julio de 1853, una flotilla americana al mando del comodoro Matthew Perry arribó al puerto japonés de Uraga con una carta del presidente de los Estados Unidos solicitando la apertura de los puertos japoneses al comercio con los americanos y el intercambio de misiones diplomáticas. Esto produjo una crisis nacional. Desde el comienzo del Shogunato Tokuwaga, hacía más de doscientos años, Japón se había mantenido casi al margen de todo contacto extranjero. Esto llevó a que muchos líderes japoneses se posicionaran a favor de rechazar la petición y expulsar a los norteamericanos por la fuerza cuando regresaran, como prometieron, al año siguiente. Pero había otros que estaban enterados del poderío militar de los occidentales y habían observado los recientes acontecimientos en China y opinaban lo contrario. Por ello, abogaban por aceptar sus condiciones. Al regresar Perry en 1854 se concertó un tratado comercial en el que también se concedía la extraterritorialidad a los ciudadanos de Estados Unidos. Para 1858 Japón había firmado tratados similares con Gran Bretaña, Rusia, Francia y los Países Bajos.
Japón no se libró del crecimiento del sentimiento anti extranjero, no hubo una rebelión organizada como en China, pero sí numerosos incidentes contra los foráneos. Pero más allá de estos problemas tomo un rumbo muy diferente a China. Los japoneses comenzaron a examinar de forma realista la situación de su país en comparación con el resto de las potencias. Así determinaron que, para evitar la suerte corrida por sus vecinos, debían adoptar la tecnología occidental, tan rápidamente como fuera posible, a fin de fortalecer al país lo suficiente en el aspecto económico y militar, como para resistir cualquier amenaza de dominación extranjera. Para lograr este propósito era necesario acabar con el sistema de gobierno Tokuwaga. En 1867 el emperador se convirtió en la figura de un nuevo gobierno centrado en la modernización.
Además, la situación externa le favoreció. La preocupación de las potencias europeas por China, por el expansionismo ruso y especialmente, en el caso de Estados Unidos, la Guerra de Secesión Norteamericana (1861-1865), finalmente libraron a Japón de la clase de presión extranjera que sufría China.
El resultado de esta menor imposición extranjera y del giro político y económico de Japón llevó a que el país del sol naciente se convirtiera en pocas décadas en la potencia hegemónica de la región en contraste con la posición marginal que ocuparía Corea.
El incidente del General Sherman y la intervención norteamericana
A pesar de ello, Corea no se quedó completamente fuera del interés de las potencias extranjeras. Motivaciones comerciales y problemas religiosos desembocaron en una creciente atracción por Corea. La respuesta sigo siendo la misma: incrementar un aislacionismo con tintes xenofóbicos que se convirtió en el rasgo más característico de la política exterior coreana a fines del siglo XIX.
El “país ermitaño” observaba con creciente alarma los acontecimientos que sucedían en China y Japón, y cada nueva intrusión occidental ratificaba su determinación de no permitir la entrada a extranjeros. A mediados de siglo Corea todavía no era el blanco de la atención foránea, pero si había claros indicios de que el momento se estaba aproximando. En 1831 un barco británico había aparecido frente a la costa de Chungcheong exigiendo transacciones comerciales. En 1845 otro barco de la misma nación no solo solicitó relaciones comerciales, también comenzó a inspeccionar la costa con el propósito de trazar mapas. Estos barcos y los que los siguieron fueron alejados después de ser informados que el ingreso de los extranjeros en el país era considerado ilegal.
Las potencias estaban ocupadas en otras partes de Asia y por el momento Corea no fue molestada. Pero estas amenazas coincidían con los problemas internos señalados anteriormente y se amplificaron. Al derrumbamiento gradual de la estructura tradicional de clases, que comenzó en el siglo XVIII, se unió el gobierno arbitrario de los parientes políticos del rey intensificado en el siglo XIX. Ambas tendencias estaban destruyendo las instituciones políticas coreanas.
El confucionismo dejó de ofrecer una solución para estos problemas, y, de hecho, incluso admitir la mera existencia de contrariedades era considerado como una especie de herejía, eliminando cualquier atisbo de crítica interna. El resto de las religiones tampoco dieron una respuesta a los problemas sociales. El budismo, desdeñado por los confucionistas ortodoxos, había sobrevivido, especialmente en zonas rurales, pero no brindaba alternativa a la filosofía oficial. Lo mismo ocurría con las creencias taoístas que habían influido al pensamiento coreano y que también se veían en ese momento como influjo negativo. En este contexto surgió un movimiento religioso como reacción al fracaso de los viejos valores, el Tonghak o Donghak (Instrucción Oriental), creado por Choe Jeu que atrajo a los Yangbang, funcionarios ahora empobrecidos al ser desplazados del poder. Este movimiento fue duramente reprimido, pero mostraba, como también el incremento de la persecución de los católicos, un creciente malestar social.
La ocupación de Pekín por fuerzas extranjeras en 1860 llevó a que muchos funcionarios coreanos aconsejaran efectuar preparativos militares mientras que la presencia de barcos extranjeros crecía. En este contexto, en 1866 apareció un mercante americano, el General Sherman, que remontó el río Taedong en dirección Pyongyang desafiando a los funcionarios coreanos. Se desconoce sus motivaciones reales. Oficialmente el barco estadounidense fue contratado por la compañía británica Meadows para abrir Corea al comercio, aunque también se especuló que su verdadero motivo fuera saquear las tumbas reales de Pyongyang. El buque rebautizado como Sherman (en honor del general norteamericano héroe de la Guerra de Secesión) estaba integrado por una tripulación compuesta por 13 marineros chinos, 3 malayos, el dueño del buque, W. B. Preston, el capitán Page, de nacionalidad estadounidense al igual que el primer oficial Wilson, y Robert Jermain Thomas, un misionero protestante que realizaba a bordo funciones de navegante e intérprete.
Zarparon de Chefoo (Yantai) en China el 9 de agosto y llegaron a la costa coreana el 16 de agosto. Se internó en el río Taedong para alcanzar Pyongyang, Las autoridades locales coreanas se reunieron con el capitán Page, rechazaron todas sus propuestas comerciales y solo aceptaron proporcionar provisiones al buque, a la vez que conminaban a no continuar navegando hacia Pyongyang. Sin embargo, el Sherman izó anclas y prosiguió su rumbo río arriba.
La reacción coreana no se hizo esperar. Fue atacado, incendiado y hundido, perdiéndose toda la tripulación para gran satisfacción del Daewongun, el regente coreano. Tras este incidente, él y su gobierno alentaron la creencia errónea de que los intrusos podían ser fácilmente expulsados por la fuerza. Este punto de vista se incrementó tras el fracaso de una posterior expedición de castigo francesa –motivada por la persecución y ejecución de sacerdotes- que desembarco en la isla de Ganghwa. El Daewongun incluso comunicó su éxito a Japón y China. Corea “resistía” mientras que las grandes potencias asiáticas se habían rendido al empuje extranjero.
La primera, y fracasada, intervención norteamericana en Corea
Pero el incidente del Sherman comenzó a preocupar a diplomáticos norteamericanos en China. Al regresar la expedición francesa con las noticias de que un barco extranjero se habría incendiado y hundido en el río Taedong, Anson Burlingame, el ministro americano en China, solicitó al gobierno de Pekín que preguntara a los coreanos si tal barco era el General Sherman. El gobierno coreano respondió de forma vaga, pero belicosa, que se trataba de un barco mercante inglés y que estaban preparados para repeler cualquier ataque occidental. Los americanos no se contentaron con esta respuesta, y, a comienzos del 1867 enviaron el barco de guerra Wachusett a Corea. Frustrado en su intento de conseguir información, el comandante se retiró. Al año siguiente fue el vapor Shenandoah el que remontó el río Taedong, sin obtener mejores resultados que su predecesor. Los americanos estaban ya completamente seguros de que los coreanos habían destruido el Sherman y asesinado a su tripulación por lo que decidieron tomar represalias.
Después de anunciar sus propósitos a los coreanos a través de la misión americana en China, enviaron cinco naves al mando del Almirante de la Flota Asiática, John Rodgers. En 1871 estas naves aparecieron frente a la isla de Kanghwa enviando una pequeña lancha a vapor para inspeccionar la costa. Las baterías navales de la isla abrieron fuego y a continuación se desarrolló un duelo de artillería. Comenzó la batalla de Ganghwa. El fuego de artillería de las fuerzas de tierra y la de la nave Monocacy en la costa prepararon el terreno para el asalto por parte de las exiguas fuerzas estadounidenses, 546 marineros y 106 marines. El resultado de los combates, realizados entre el 10 y el 12 de junio de 1871, fue muy desigual: 243 soldados coreanos fallecieron en las fortalezas, mientras que sólo tres estadounidenses murieron en la batalla. A pesar de ello, el Almirante Rodgers, que no había esperado enfrentarse a una resistencia tan tenaz, y juzgando que no era prudente arriesgar más vidas de su reducida fuerza regresó a China el 3 de julio.
El Daewongun volvió a proclamar un gran triunfo de Corea, se había repelido una nueva intromisión extranjera. Pero, contrariamente a lo supuesto por él, el triunfo de los coreanos en repeler los ataques y las incursiones occidentales no se debió a las proezas militares coreanas. En primer lugar, ninguna potencia occidental consideraba en ese momento que la apertura de Corea revestía tanta importancia como para enviar una fuerza invasora de gran envergadura, como ocurrió con la reducida expedición estadounidense. En segundo lugar, tenían otras preocupaciones o teatros de operaciones preferentes.
Pero estas pequeñas victorias causaron regocijo del Daewongun que anunció a su pueblo su determinación de continuar repeliendo el mal, erigió incluso monumentos con la siguiente inscripción “No rechazar las invasiones de los bárbaros occidentales es incitar a nuevos ataques, y vender el país a través de negociaciones para la paz es un grave peligro que hay que evitar”. La nación estaba viviendo un tiempo prestado y sus gobernantes no se habían percatado de la realidad.
Epílogo: El triunfo del aislacionismo y el camino a su perdición
En 1870, tan solo tres años después de que el Emperador Mutsuhito se convirtiera en la figura principal de un nuevo gobierno japonés centrado en la modernización, el país del sol naciente envió la primera misión diplomática a Corea. Esta delegación anunció la institución de un nuevo régimen y presentó credenciales al gobierno coreano. El Daewongun desaprobó este cambio de Gobierno. El fin del shogunato Tokuwaga era un precedente peligroso para un sistema político coreano en el que, como en ocurrió en Japón hasta la Restauración Meiji, el monarca se había convertido en un títere de los intereses de diferentes familias. Por todo ello, rechazó las credenciales. En 1872 lo intentaron de nuevo con dos barcos de guerra que se presentaron en la costa sur de Corea, pero se les negó continuar el viaje hacia Seúl. Algunos japoneses pidieron ya entonces que se les obligara por la fuerza, pero para la mayoría de los políticos nipones aún no estaban preparados para imponerse política y militarmente.
Corea siguió con sus planteamientos poco realistas, incluso continuaron con la costumbre de informar respetuosamente a la corte china de todos los acontecimientos importantes del país y solicitar colaboración, cuando China ya desde 1860, cuando las fuerzas extranjeras ocuparon Pekín, no estaba en condiciones de ayudar a nadie. Finalmente, en 1876, tan solo cinco años después de que Corea proclamara su victoria contra la expedición norteamericana, Japón impuso a Corea el Tratado de Ganghwa que buscaba tanto abrir el mercado coreano a los japoneses en condiciones muy favorables con la apertura de tres puertos, como especialmente alejar a Corea de la órbita China. Desde esa fecha la intervención japonesa en Corea no dejó de crecer y finalizó con su pérdida de independencia y anexión como protectorado en el año 1910.
Estados Unidos no logró con la expedición del General Sherman, o con la posterior intervención de su flota, abrir Corea a occidente. Lo contrario, fomentó una reacción más aislacionista. Pero la apertura que sí consiguió en Japón tras la llegada del Comodoro Perry y su posterior modernización contribuyó a que este país se convirtiera en el actor principal de la región y que fuera quien acabara con la independencia de Corea tan solo unas décadas más tarde.
Así, paradójicamente, el triunfo del aislacionismo como forma de defender su independencia hizo a Corea débil, mientras que la apertura de Japón la convirtió en una activa nación imperialista. Las consecuencias de la política expansionista de Estados Unidos en Asia acabaron finalmente influyendo indirectamente en el futuro de Corea sin que sus gobernantes se dieran cuenta de que los cambios que rechazaban eran irreversibles.
Fuentes:
Cummings, Bruce, Korea’s Place in the Sun: A Modern History, Chicago, WW Norton & Co, 2005.
Hyun Yoon, Tae, Historia de Corea, Seul, Editorial Supeino Munjuawong, 1984.
Malamud, Carlos, Historia de América. Segunda edición revisada. Madrid, Alianza Editorial, 2010.
Moon Hwang, Kyung, A history of Korea, Basington, Hampshire, Palgrave Mcmillan, 2010.
Imagen de portada: Autor, a través de imágenes de Wikimedia Commons
Antonio Luis Gallardo
Licenciado en Administración y Dirección de Empresas, graduado en Geografía e Historia y diploma en Estudios Coreanos por la Universidad Complutense de Madrid. Lo que más le gusta es la Historia Moderna en particular y la Historia Social, el desarrollo de las ideologías y la historiografía en general. Le encantan los libros y viajar en familia.