Madrid, dos barrios y las mujeres que le dieron nombre

Ella es caótica, cercana y orgullosa, te hará pensar que baila solo para ti.

Puede ser que la conozcas, tal vez te haya enloquecido si la viste caminando por el rastro los domingos…

Puede ser que la conozcas si te digo que su nombre es Madrid.

Marwan

Buenos días, vuelvo con un post muy especial para mí. Por varios motivos, primero porque lo comienzo con la canción que considero el descubrimiento del 2022, (gracias, Marwan). En segundo lugar porque voy a hablar de mi ciudad, Madrid, esa que es caótica y siempre va con prisas, pero por la que siento debilidad. Y por último, y no menos importante, porque voy a presentaros a dos mujeres que inspiran a luchar por lo que uno anhela, a marcar la diferencia y permanecer en la historia. Debían de ser de esas personas que hacen que una quiera cambiar el mundo

Estas dos mujeres han dado nombre a dos de los barrios más insignes de Madrid, seguro que os son familiares, La Latina y Malasaña.

Beatriz Galindo, la Latina

Empezamos por la Latina. El nombre del barrio se debe a Beatriz Galindo ¿Quién fue esta mujer?, os preguntaréis. Lo descubrimos a continuación.

Beatriz Galindo (fuente)

Beatriz Galindo vivió en el siglo XV, fue muy culta, y tuvo gran conocimiento de las letras, sobre todo del LATÍN, de ahí su apodo, la Latina.

Natural de Salamanca, allí obtuvo una educación esmerada. Con fama de mujer virtuosa, discreta y sabia, se inició el conocimiento de la gramática y del latín desde muy joven. A los dieciséis años parece que dominaba esta lengua de tal manera que asombró al claustro de la universidad salmantina.

Orientó su vida hacia el retiro conventual, aunque no llegó a profesar, ya que posteriormente se trasladaría a Madrid, a la Corte de los Reyes Católicos, cuando la reina Isabel I la reclamó. Llegó a la Corte como maestra, ya que la reina quería que le enseñara latín y fuese la preceptora de sus hijas. Su posición le daría la posibilidad de relacionarse con la realeza y la más alta nobleza de la época. Se ganó la confianza de la reina, lo que unido a su buen criterio, dio lugar a que la soberana solicitara frecuentemente su consejo. La vinculación entre ambas se mantuvo, incluso cuando Beatriz abandonó la Corte al enviudar, y se rompió con la muerte de la reina.

En ocasiones debía residir en Madrid, puesto que su marido era regidor de esta villa y debía ocuparse de los intereses que aquí tenía. Para demostrar su presencia y poder, Francisco Ramírez y Beatriz habían decidido la fundación de un hospital en Madrid, empresa a la que Beatriz se dedicaba cuando murió su marido en 1501.

Beatriz, al quedar viuda, decidió abandonar sus actuaciones cortesanas y dedicarse a su familia. Se retiró a la villa de Madrid y aquí comenzaría su papel como mecenas del ámbito religioso. En la villa sería patrona de tres instituciones importantes y, al tener un cargo de regidor del Concejo vinculado a su familia, le otorgó una posición privilegiada dentro de la villa.

Por su posición, intervino en la política madrileña y tuvo un gran ascendiente durante los años que residió en la villa. Influyó en diversos asuntos de la sociedad madrileña y se implicó en los problemas urbanos de la ciudad, modificando el trazado y modelo urbanístico de la zona de la villa actualmente conocida como “La Latina”.

Beatriz demostró ser una mujer instruida, bien dotada de inteligencia para los asuntos públicos y los negocios. Hasta entonces, las mujeres cultas eran religiosas, pero el humanismo y los altos conocimientos hicieron de Beatriz el modelo de mujer laica culta, marcando la diferencia. Tenía el poder necesario para organizar su vida y la de los suyos e intervenir en la política religiosa del momento, siguiendo los principios que había aprendido de la reina.

La instrucción, la cultura y el mecenazgo artístico, tanto como el patronazgo religioso, fueron los frentes de actuación preferidos por las mujeres de la época, entre las que destacaba Beatriz Galindo. Su obra ha trascendido por su conocimiento del latín, que le dio fama, y, sobre todo, por su actuación como impulsora de fundaciones benéfico-religiosas en Madrid. Creía en el proyecto humanista y pretendía intervenir en el cambio que debía sufrir la sociedad para adecuarla a los principios políticos y sociales que el Renacimiento preconizaba.

Orientó el desarrollo de sus actividades en los espacios en los que se toleraba la presencia femenina, la religión y la cultura. Se preocupó por la religiosidad y por elevar el nivel cultural, siendo fiel a la política de la reina. Siguió su ejemplo y, aunque no tuvo base legal para intervenir en la política municipal madrileña, arbitró los medios oportunos para conseguir lo que le convenía. Las fundaciones religiosas en Madrid y el apoyo a la recién creada Orden Concepcionista, demuestran claramente la presencia política de Beatriz en la vida municipal a raíz de su viudedad.

Una vez viuda, consiguió dos mayorazgos para sus dos hijos (1504), de los que ella era tutora. El de Fernando estaba constituido fundamentalmente por las tierras de Francisco Ramírez en Bornos, tras la Guerra de Granada. Y el mayorazgo de Nuflo estaba centrado en las tierras madrileñas de Rivas. En el año 1502 interpuso un pleito para que se reconocieran los derechos de su joven hijo Fernando para ser regidor del Concejo madrileño.

A partir de su viudedad inició la etapa de mayor proyección, la relacionada con la villa de Madrid. Llevó a cabo una serie de importantes actuaciones dirigidas a consolidar el bienestar. Beatriz decidió modificar su vida para adecuarse a su nueva situación, que exigía un determinado comportamiento. Aseguró la posición política de su hijo y el bienestar de toda su familia. A partir de este momento, se retiró de la vida pública y optó por dedicarse a promover fundaciones religiosas y vivir una vida religiosa. En Madrid desarrolló una determinada política religiosa que la llevó a introducir la reforma de la Iglesia iniciada por Isabel la Católica en esta villa.

Por todo ello, Beatriz ha quedado como una de las madrileñas importantes pues, aunque no nació en este lugar, tuvo una importante presencia en la vida urbana que ha trascendido. Sólo abandonó la villa de Madrid en 1504, cuando murió Isabel la Católica. Fue una de las personas que acompañaron al cadáver de la reina hasta Granada.

Concluyó la fundación del hospital que había iniciado con su marido, lo dotó generosamente con inmuebles heredados de éste y a él se retiró a vivir. Adecuó unas estancias para su residencia y la de sus hijas y otras mujeres allegadas. Estaba situado en la calle de Toledo, próximo al mercado de la Cebada. Este hospital fue una creación asistencial importante y diseñada por Beatriz, como se refleja en las instrucciones de 1535 en que se definen los objetivos de la fundación. Se atendería a personas necesitadas y, especialmente, a presos, pobres vergonzantes, caminantes y, sobre todo, a mujeres, niños y a huérfanas a las que se prepararía para el matrimonio. Beatriz tenía la intención de crear una obra social de protección a las mujeres desvalidas. La importancia del Hospital de La Latina, pues con este nombre ha sido conocido, fue tal que el sobrenombre de Beatriz ha quedado para el barrio de Madrid donde se asentaba, aunque del edificio quedan escasos restos: una puerta de estilo gótico conocido como isabelino, en honor de la Reina Católica, trasladada en tiempos recientes a la Ciudad Universitaria de Madrid.

La dedicación religiosa y piadosa llevó a Beatriz a iniciar otras dos fundaciones, gracias a los bienes y rentas heredadas de su marido en la villa de Madrid.

La Concepción Jerónima era una nueva orden femenina muy protegida por la reina. Beatriz Galindo tuvo que llevar en 1511 a las religiosas jerónimas a otras casas de su propiedad en el arrabal de la Santa Cruz, fundando y dotando un convento conocido por la Concepción Jerónima, hoy desaparecido, pero que ha dejado rastro en la toponimia urbana. Así atendía su predilección por las religiosas jerónimas con las que convivía y cuyas prácticas religiosas seguía a su conveniencia.

En 1512 decidió una nueva fundación en las casas donde en primer lugar había querido instalar a las jerónimas. El nuevo convento fue de religiosas franciscanas bajo la nueva regla concepcionista, manteniendo por esto la misma advocación; se denominó la Concepción Francisca.  Se optó por recluir en este nuevo convento al grupo de mujeres que integraban el beaterio de San Pedro el Viejo.

Con la fundación de Beatriz Galindo se solucionaban varios problemas del Concejo madrileño, se seguía la política de reforma de la vida religiosa, se contentaba a los franciscanos, muy poderosos en Madrid en aquel momento, y se dotaba a la villa de un nuevo convento femenino. Con todo esto, la presencia de Beatriz Galindo en Madrid se hacía más importante. El convento estaba comunicado con el hospital y también aquí se preparó unas estancias para cambiar de residencia a su conveniencia y trasladarse del hospital a la Concepción Francisca en cualquier momento. Utilizaría las tres residencias, atendiendo a sus intereses.

Se preocupó de que el Concejo de Madrid mejorara el barrio que ella estaba promocionando con sus fundaciones, por lo que hizo trasladar un muladar que había próximo al hospital y clausurar un cementerio mudéjar que había en las cercanías. Consideraba que eran vecindades que no favorecían a sus fundaciones.

Beatriz murió en el hospital. Había conseguido que todos los que murieran en este lugar gozaran de indulgencia plenaria, de la que ella también se benefició. Beatriz pidió ser enterrada con las religiosas en el coro bajo del convento de la Concepción Jerónima sin ninguna ostentación.

Consiguió influir en otros asuntos de la sociedad madrileña, con mucha actividad e implicación en los problemas urbanos de una zona, la actualmente conocida como de “La Latina” y en el diseño de la asistencia benéfica y de la religiosidad femenina de Madrid.

Su importancia es grande pues fue una humanista que se preocupó por la cultura y por la promoción de las mujeres. Ella, amparada en su viudedad y en su dedicación a cuestiones religiosas, fue una mujer libre que dispuso de su vida y la orientó según sus prioridades. Se ocupó en promocionar aquello que consideraba trascendente, como la asistencia hospitalaria y el apoyo a la regla de las concepcionistas, religiosas que reivindicaban una gran participación de la Inmaculada Concepción en la redención de la humanidad. El apoyo y promoción de esta orden que llevó a cabo Beatriz Galindo en Madrid responde al ideario de la reina Católica.

La Latina (fuente).

Pero más allá de quien dio nombre al barrio, La Latina es mucho más. Es el sitio donde los domingos se pone el Rastro de Madrid (pocas cosas hay tan típicas y nostálgicas). Aquí se puede visitar el Mercado de la Cebada o bares tan clásicos como el Bar Arganzuela, con los mejores boquerones en vinagre que he probado, o el Viajero, con una terraza con unas vistas espectaculares. Tiene lugares míticos como Caramelos Paco o el restaurante Malacatín, donde tenéis uno de los mejores y más clásicos cocidos de la ciudad.

Para finalizar nuestro primer tour, os recomiendo caminar hacia el puente de Segovia, por la calle Bailén para acabar en la Catedral de la Almudena, el palacio Real y disfrutar las vistas de la ciudad desde el mirador.

Manuela Malasaña

Malasaña y su hija se baten contra los franceses en una de las calles que bajan del parque a la de San Bernardo. Dos de mayo de 1808. Eugenio Álvarez Dumont (fuente)

Nuestra segunda protagonista de hoy es Manuela Malasaña, quien da nombre a un barrio de Madrid, pero al igual que con Beatriz Galindo, vamos a descubrir quién fue.

Viajaremos hasta el año 1808, cuando los franceses ya habían invadido España a las órdenes de Napoleón. Será el pueblo de Madrid el que, en el día 2 de mayo de 1808, se levante en armas contra el ejército invasor, al entender que se iban a llevar al infante del Palacio Real.

Manuela era una chiquilla de 17 años, hija de Jean Malesange, un panadero de Vallecas de origen galo casado con María Oñoro. Vivía en el barrio de las Maravillas donde su padre era conocido como Juan Malasaña. Su casa se encontraba en la calle San Andrés, a la altura de lo que actualmente es la plaza del Dos de Mayo de Madrid

Plaza del Dos de Mayo, Madrid (fuente).

A caballo entre el mito y realidad, Manuela fue mártir y heroína a partes iguales, pero no se tiene certeza de como murió. En cualquier caso, se puede afirmar que acabó en medio de aquel trágico suceso, mezclada con los insurrectos. Hay dos teorías.

La primera versión asegura que Manuela habría muerto de un disparo mientras preparaba los cartuchos que su padre tiraba contra los asaltantes del cuartel de Monteleón.

La segunda dice que fue sorprendida en el taller por el jaleo de las calles y el terrorífico martilleo de los disparos y puso rumbo a su casa, junto al sitiado Parque de Artillería de Monteleón, donde Daoiz y Velarde resistían las andanadas francesas. Por el camino fue asaltada por una patrulla francesa que la registró y trató de abusar de ella, ante lo que Manuela se defendió con sus largas y afiladas tijeras de costura. Se dice que las mujeres clavaban las tijeras abiertas en los cuerpos de los franceses y, cuando estaban en el interior de los cuerpos, las cerraban para cortarles los órganos a los invasores. De este modo se libró de sus atacantes. La joven madrileña corrió hacia el Parque de Monteleón y se unió a los únicos militares españoles que se habían rebelado contra unos superiores cuyas órdenes habían sido claras: no intervenir en defensa de Madrid.

Posteriores investigaciones sostienen que la bordadora no murió el 2 de mayo, sino el 3, siendo asesinada en plena calle por una patrulla francesa que recorría la ciudad desarmando a los paisanos.

Sus restos fueron enterrados en el cementerio del Hospital de la Buena Dicha, registrada con el número 74 entre las más de 400 víctimas de aquel día imborrable en la memoria de la nación.

Su popularidad en su barrio natal, conocido entonces como el barrio Maravillas, provocó que su muerte causase un profundo impacto en los vecinos. Su nombre quedó grabado en las calles que desde su infancia recorrió, las que defendió y por las que luchó y entregó su vida a los diecisiete años de edad.

Cartel de la calle Manuela Malasaña (fuente).

Sería en 1879, en plena Restauración Borbónica tras la brevísima Primera República, cuando las autoridades madrileñas recordarían el sacrificio de una simple costurera en pos de la libertad de una España que los monárquicos veían renacer de sus cenizas: Manuela Malasaña se convertiría en un símbolo de la lucha constante del país contra sus enemigos y un símbolo políticamente exprimido para escenificar la lealtad del pueblo madrileño a unos Borbones que, recordemos, habían pactado entregar el reino a un Napoleón invencible.

Las cosas han cambiado mucho desde entonces, y el barrio de Malasaña ya no se asocia con el nombre de una heroína, sino con el lugar donde comenzó la Movida madrileña que se percibe entre sus bares como el Penta, o uno de mis favoritos, el Verbena. También tenemos Aleatorio, donde podemos escuchar recitales de poesía, o simplemente sentarnos en plaza del 2 de Mayo a disfrutar de la tarde y observar que a Malasaña va todo tipo de gente. Podemos comprobar lo distinta que es Madrid, es una ciudad donde caben todo tipo de estilos, de música, de arte…nos gusta la diferencia.

Me despido con otra canción y ya sabéis, nos seguimos escribiendo. 🙂

Allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede percibir, donde regresa siempre el fugitivo… pongamos que hablo de Madrid.

Joaquín Sabina

Fuentes

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