El Buen Retiro: un palacio para el Rey Planeta

El madrileño Palacio del Buen Retiro fue construido hacia 1630, en los inicios del reinado de Felipe IV (1621-1665). Situado en el que era el límite oriental de Madrid, fue concebido como lugar de recreo, como su propio nombre indica, un enclave donde el monarca pudiera desviar sus preocupaciones. En pleno Barroco, la Corona trató de plasmar su poder en Europa mediante la construcción de este Real Sitio, pero sus débiles cimientos hicieron que fuera inevitable su desplome, siendo una de las pérdidas más notables de nuestro patrimonio.

Poco después de la coronación de Felipe IV concluyó la denominada Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas. A todo ello debemos añadir las hostilidades con Luis XIII de Francia y el cardenal Richelieu y su enemistad con Carlos I de Inglaterra, así como las posteriores rebeliones y conspiraciones en Cataluña, Aragón y Andalucía que culminarían en el fatídico año 1640, al final del mandato del valido Don Gaspar de Guzmán, más conocido como el Conde Duque de Olivares (1621-1643).

Plano de Madrid, Pedro Teixeira (1656). En el límite oriental de la capital se observa la ubicación del Palacio del Buen Retiro. (fuente)

Los orígenes del Palacio del Buen Retiro

Aunque el Palacio comenzó a construirse en 1630, el origen del proyecto se remonta al reinado de Felipe II, cuando dio la orden al arquitecto Luis de Vega de crear un Cuarto Real en torno a la iglesia de San Jerónimo el Real, donde el monarca pudiera retirarse en periodo de cuaresma, penitencia o luto. Posteriormente, el conde duque de Olivares, con el propósito de alejar a Felipe IV de sus ocupaciones, sugirió la construcción de una residencia que estuviera destinada al descanso y a las diversiones de la Corte, un Real Sitio que pudiera albergar parte de las colecciones artísticas reales. Se inició así el proyecto de una villa suburbana, cerca del Alcázar de Madrid, diseñada al estilo italiano y al gusto de los Austrias (un complejo rodeado de jardines y un gran patio central destinado a las fiestas), un modelo que seguía el ejemplo de las villas de los patricios romanos. La residencia era principesca y campestre, un lugar donde el rey pudiera dedicarse a actividades como la arquitectura y el coleccionismo, pero también un lugar donde encontrarse con la naturaleza.

Iglesia de san Jerónimo el Real (fuente)

Olivares era consciente de su vulnerabilidad como valido, por ello decidió crear alrededor del Cuarto Real un enclave festivo para Felipe IV y su corte con un doble propósito: ensalzar el poder del rey y recuperar su prestigio perdido ante la aristocracia tras las derrotas en el exterior y la devaluación de la moneda de vellón. Con la ceremonia del juramento de lealtad al príncipe heredero Baltasar Carlos (1629-1646) Olivares fue nombrado alcaide del Cuarto Real y dio comienzo a la remodelación de las estancias. Encargó la construcción del complejo palaciego al escultor y arquitecto Alonso Carbonel (1583-1660), que trabajó codo con codo con el pintor y arquitecto Giovanni Battista Crescenzi (1577-1635), responsable del proyecto del Panteón de los Reyes. Carbonel ya contaba con una formación previa en las obras realizadas en El Escorial y el Alcázar, además su nombramiento pretendía desvincular a la Corona de las empresas constructivas del duque de Lerma, el anterior valido de Felipe III, desacreditado previamente por corrupción. Comenzaron así las construcciones de este espectacular complejo palaciego, formado por un edificio que seguía el modelo cortesano: fábrica de ladrillo rojo con molduras de piedra en puertas y ventanas, y cubiertas de pizarra y chapiteles.

El Buen Retiro: un palacio en los confines de la capital

En 1633 se construyó la plaza de fiestas o plaza principal, que tenía como fin la celebración de espectáculos como justas o corridas de toros o ejercicios ecuestres. Pero el Salón Grande o Salón de Reinos era la parte más representativa del palacio, donde se encontraba el programa decorativo de exaltación del poder y la gloria del rey. En 1640 se añadió al complejo la plaza Grande, destinada a los festejos que no tenían cabida en la plaza de fiestas, el Salón de Baile, el Estanque Grande y el Coliseo.

La ornamentación interior del palacio del Buen Retiro constaba de todo un amplio repertorio de tapices, objetos artísticos, pinturas, esculturas y mobiliario (fruto de adquisiciones por Olivares en aquella década), reflejo de un escenario en el que Felipe IV actuaba como guardián de las Artes de su tiempo. Varias estancias fueron decoradas con tapices, colgaduras de seda, oro y plata, chimeneas…

La cámara de Felipe IV en el Real Sitio del Buen Retiro, Vicente Poleró. Museo del Prado. (fuente)

Dentro del programa de conmemoración dinástica, destinado a ensalzar la figura de Felipe IV, destaca la estatua ecuestre de encargada al escultor italiano Pietro Tacca. La obra se instaló en el Jardín de la Reina, donde permanecería hasta mediados del siglo XIX, cuando fue trasladada a la Plaza de Oriente, junto al Palacio Real de Madrid, donde aún se conserva.

Monumento a Felipe IV en la Plaza de Oriente de Madrid (fuente)

El palacio del Buen Retiro era heredero del carácter recreativo de las residencias palaciegas musulmanas, por lo que contaba con un gran parque, ajardinado y dotado de estanques con una red de canales donde la familia paseaba en góndola. Contaba con elementos sorpresivos como laberintos, huertas y grutas, como el Jardín Ochavado, alrededor del cual se levantaron varias ermitas, como las ermitas de san Isidro, san Juan, san Pablo, san Bruno o la Magdalena. El Buen Retiro se concibió como un lugar de disfrute y retiro, como su propio nombre indica, un lugar de refugio donde el rey pasaba dos meses al año.

Jardín Ochavado, plano de Madrid de Teixeira (1656). Fuente: CNIG. (fuente)

El nuevo palacio fue tan elogiado como criticado. Con sus luces y sus sombras, el palacio se convirtió en símbolo de magnificencia y despilfarro, del mal gobierno del valido, que poco después de la construcción del palacio cayó en desgracia. El coste de las obras, calculado aproximadamente en dos millones de ducados, fue considerado excesivo, innecesario, todo un despilfarro en periodo de crisis, nada propio de la prudencia y la moderación de los Austrias. Lo cierto es que el palacio del Buen Retiro, más que brillar por la majestuosidad del rey Planeta, fue víctima de las burlas desde el principio. La improvisación y la mala ejecución de las obras, la precipitación en su construcción en tan solo ocho años, la falta de planificación y criterio del proyecto, así como la pobreza de los materiales empleados en el levantamiento del palacio provocaron su deterioro. Cuando Olivares cayó en desgracia, Felipe IV dio la orden de fundir toda la plata del palacio para sus empresas bélicas, un desastre considerando la suerte del rey. Por si no fuera poco, al año siguiente murió la reina, y el rey tuvo que volver a casarse, esta vez con su sobrina Mariana de Austria. Pero la gota que colmó el vaso llegó con la muerte del príncipe Baltasar Carlos en 1646.

El palacio del Buen Retiro, hoy

Con el cambio de dinastía, Felipe V (1700-1746) y Carlos III (1716-1788) siguieron atendiendo las labores del palacio abriendo al público los jardines del Buen Retiro. El final del palacio llegó con la invasión francesa, cuando el palacio fue fortificado y convertido en cuartel general de tropas.

De esta manera, una pequeña parte del palacio del Buen Retiro se conserva en la actualidad: los jardines, totalmente reformados y el ala norte del palacio donde se encontraba el Salón de Reinos y el Salón de Baile, que actualmente es el Casón del Buen Retiro.

Fachada del Casón del Buen Retiro (fuente)

Bibliografía

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