Herencias reales

La hábil política matrimonial de los Reyes Católicos, que hizo de las uniones de sus hijos con los miembros de las distintas casas reales de Europa su mejor instrumento para su política expansionista y pacifista, terminó siendo un arma arrojadiza que, cual búmeran, acabó con la Casa de Austria, rama española de la dinastía Habsburgo.

La práctica del matrimonio entre familias reales fue durante mucho tiempo una cuestión de estado: unía familias, firmaba una paz, anexionaba reinos o territorios, financiaba guerras o expediciones… Pero la repetida unión entre miembros de las familias reales, dado el restringido círculo de las distintas dinastías, supuso que se fueran creando, poco a poco, lazos de sangre entre casi todas estas familias. De tal forma que la búsqueda de la pareja idónea, que tuviera la posición y ascendientes necesarios, quedaba limitada a un reducido grupo de familias. Círculo cada vez más pequeño que iba dificultando la posibilidad de encontrar candidatos, dentro de las monarquías reinantes en Europa, sin parentesco familiar.

En otras ocasiones este matrimonio endogámico no fue una cuestión de estado o política, no fue fruto del reducido círculo de pretendientes; por el contrario, la endogamia en el matrimonio de algunos prepotentes gobernantes, reyes o aristócratas fue premeditada, buscada, era la única opción para evitar que su noble sangre, su exquisita estirpe, pudiera ser contaminada con miembros de familias plebeyas. Así, en el antiguo Egipto la dinastía ptolemaica practicó con frecuencia la endogamia para mantener la pureza de la sangre. A título de ejemplo, su miembro más famoso, Cleopatra VII, contrajo matrimonio, en primer lugar con su hermano Ptolomeo XIII y, tras la muerte de éste, con su también hermano, Ptolomeo XIV. Fue el fundador de la dinastía, Ptolomeo I (nombrado rey de Egipto en el 305 a C.) quien sentó en la misma el principio de la pureza de la sangre.

Cleopatra y Ptolomeo haciendo una ofrenda a los dioses (fuente)

La RAE nos dice que la endogamia es la práctica de contraer matrimonio entre sí personas de ascendencia común. Y, en términos biológicos, es el cruzamiento entre individuos de una raza, comunidad o población aislada genéticamente. Por otro lado, con el término “consanguinidad” se describen las uniones que comparten al menos un antepasado común, sin que deba confundirse la consanguinidad con endogamia o incesto.
El término “consanguinidad” en genética médica se restringe a las uniones entre parientes de quinto grado, como
primos segundos, o más cerca.

Grado de Parentesco y genes en común. Torres-Hernández D, Fletcher-Toledo T, Ortiz-Martínez RA, Acosta-Aragón MA.

Es indiscutible que existe una asociación entre la consanguinidad originada en la endogamia y las anormalidades congénitas y patologías médicas como consecuencia de la misma. Los hijos de parejas consanguíneas tienen más probabilidades de sufrir defectos congénitos y cuanto más estrecha sea la relación entre los padres, mayor será la probabilidad de que los descendientes hereden el mismo gen recesivo desfavorable. Entre las anomalías más frecuentes debidas a la consanguinidad destacan, en segundo orden de frecuencia, las anomalías de cara y cuello.

Los Austrias y su herencia.

Así, la política matrimonial comentada y el hecho de que cada vez fuera más reducido el repertorio de los candidatos, llevó a que los matrimonios endogámicos dentro de esta dinastía de los Habsburgo españoles llegaran a ser lo habitual:

Carlos I contrajo matrimonio con su prima carnal, Isabel de Portugal. Su hijo, Felipe II, se casó en cuatro ocasiones, la primera con su prima carnal por partida doble y la última con su sobrina, Ana de Austria, con quien tuvo a Felipe III que contrajo matrimonio con su prima segunda, Margarita de Austria, y fueron padres de Felipe IV que también se casaría con su sobrina, al igual que su abuelo, María de Austria, sería el hijo de ambos, Carlos II, el último monarca de los Austria en España.

Estas uniones endogámicas daban lugar a complicados e intrincados árboles genealógicos, difíciles de representar, como la ascendencia del príncipe Carlos, primogénito de Felipe II. Ya hemos dicho que Carlos V contrajo matrimonio con su prima, Isabel de Portugal y que su hijo Felipe II, también contrajo matrimonio con su prima por partida doble, por lo que sus ascendientes coincidieron en varias líneas; así, sólo llegó a tener cuatro bisabuelos, de los ocho que es natural y seis tatarabuelos, de los dieciséis que se tienen si no existe relación de parentesco entre los cónyuges.

Ya a los Reyes Católicos les unía parentesco de consanguinidad (sus abuelos eran hermanos y, por tanto, ellos primos segundos), pero los Habsburgo usaron y abusaron del recurso de la endogamia para mantener unidas las dos ramas de la familia (la austriaca y la española) y como política de estado; si bien fue más frecuente entre la propia rama española que en la austriaca. A esta endogamia se le ha imputado el origen de muchas de las enfermedades de los Austrias españoles y podría decirse que hasta la causa de la desaparición de la dinastía de los Austria en España. Dos siglos separan el nacimiento de Carlos I (aunque sea más conocido como Carlos V,  por su numeral del S.I.R.G.) el 24-2-1500, y la muerte de Carlos II, el último rey de esta casa, el 1-11-1700. Dos siglos que vieron el transcurrir del deterioro de los Austrias en un fracasado intento de conservar la herencia patrimonial iniciada con la unión de los RRCC y que acabó dilapidando la dinastía por la ausencia de descendencia.

El estudio mencionado señala que Carlos I tuvo un coeficiente de consanguinidad de 3,79%, con Felipe II subió al un 12,3%, con Felipe III, asciende a un 21,98%, mientras que con Felipe IV baja ligeramente al 11,5%, con Carlos II se incrementó hasta un 25,44%.

Se ha atribuido a esta endogamia un supuesto exceso de mortalidad entre los miembros de esta familia, pero lo cierto es que, de los sesenta y cuatro descendientes nacidos de Carlos I sólo mueren 24 miembros antes de cumplir  10 años, lo que representa un 40%.  Porcentaje de mortalidad que estaría dentro de las tasas consideradas normales de la época.

Lo que sí es cierto es que la herencia real añadía en esta familia unos rasgos faciales característicos y excesivamente deformantes, como el prognatismo, “…la sobresaliente mandíbula y la expresión embobada” (J. Lynch) y unos gruesos labios. Este legado genético fue tan característico de los Habsburgo que ha llevado a que este tipo de mandíbula se haya denominado en los países anglosajones como “The Habsburg Jaw”.

Tres Carlos Habsburgo marcan la herencia de Los Austrias.

Carlos I (1500-1558)

Evidentemente no se inició con él esta política de matrimonios endogámicos pero sí sufrió su herencia y trasladó a sus herederos los padecimientos de la misma, dado que la endogamia no sólo continuó, sino que se fue incrementando porque, como hemos dicho, cada vez eran menos los candidatos y mayor el grado de parentesco que compartían los contrayentes.

El rasgo principal de esta herencia en el emperador era apreciable a simple vista: su prominente mandíbula. Felipe de Austria, padre de Carlos I y, principalmente su abuelo, Maximiliano I, ya portaban esta mandíbula que se acentuó más en el que ya era Rey de Romanos cuando le describe el embajador veneciano Gaspar Contarini: “… el mentón y también toda su faz interior, la cual es tan ancha y tan larga, que no parece natural de aquel cuerpo; pero parece postiza, donde ocurre que no puede, cerrando la boca, unir los dientes inferiores con los superiores; pero los separa un espacio del grosor de un diente, donde en el hablar, máxime en el acabar de la cláusula, balbucea alguna palabra, la cual por eso no se entiende muy bien“.

Ya hemos visto que entre los defectos más comunes provocados por la consanguinidad están los defectos de cara y cuello, como el aludido prognatismo, cuyo rasgo característico es una anomalía consistente en una desalineación entre el maxilar (arcada superior) y la mandíbula (arcada inferior); lo que impide que la boca, al cerrarse, encaje correctamente, causando dificultad para hablar, morder y masticar; provoca también tartamudeo, fuertes dolores de cabeza y de articulaciones. Padecimientos sufridos por el emperador que le llevaron, a la edad de 55 años, a abdicar y retirarse en Yuste reconociendo que era la debilidad física la que fundamentó tal decisión:

Sé que para gobernar y administrar estos Estados y los demás que Dios me dio ya no tengo fuerzas, y las pocas que han quedado se han de acabar presto

Es esta herencia genética la que nos ayuda a identificar, con escaso margen de error, a los miembros de las familias Habsburgo y Austria.

El príncipe Carlos (1545-1568)

Ya hemos visto que sus padres eran primos carnales por partida doble, con una abuela común: Juana de Castilla. El matrimonio de sus padres fue arreglado por el emperador por la cuantiosa dote de la novia y por ser María Manuela la sobrina de su amada Isabel de Portugal.

De este arreglo matrimonial nació el heredero, el príncipe Carlos, débil física y mentalmente. Su abuelo, Carlos I, se negaba a verlo dado su aspecto físico, sin que la inteligencia o carácter del muchacho pudieran contrarrestar esta fealdad, por lo que no permitía que acudiera a Yuste a visitarlo. Uno de sus tutores, D. Honorato Juan, estaba convencido de que estaba loco y así se lo manifestó al rey.

Su herencia biológica le dotó de una desproporcionada gran cabeza sobre su raquítico cuerpo. Tartamudeaba y sufría de altas fiebres de manera frecuente.

Ante los intentos de su padre de sembrar la normalidad en su vida e ir introduciéndole en política, llegó a nombrarle presidente del Consejo de Estado, la conducta del príncipe se fue haciendo cada vez más excéntrica: insultaba, era violento y sentía una gran animadversión hacia su padre culpándole de sus desdichas, llegando a conspirar contra él. Hasta el punto de que el rey consideró que las circunstancias especiales de su hijo -aunque nunca se refiriera al mismo como un demente- aconsejaban no casarle y que pudiera tener descendencia, por lo que le confinó en el Alcázar de Madrid donde murió el 25 de julio de 1568, desconociéndose al día de la fecha el motivo concreto de su muerte; son varias las versiones sobre su causa, desde una muerte violenta instigada por su padre a los excesos del propio príncipe en su confinamiento, se dice que tras negarse a comer durante un breve periodo de tiempo posteriormente comió compulsivamente terminando con un consumo masivo de hielo lo que le provocaría un colapso.

El legado final

Si con los Reyes Católicos se inicio la endogamia en la familia real, las víctimas principales fueron dos descendientes a los que unía, además de los genes, el nombre, Carlos.

Carlos II (1661-1700), último rey de los Austrias, al que se le da el sobrenombre de “El Hechizado”, recibió la herencia conjunta de todos sus antepasados, el coeficiente de consanguinidad acumulado, casi el mismo que si hubiera sido fruto del incesto (un 25,4%, cuando lo normal es un 3%), le supuso, según el estudio de Gonzalo Álvarez, dos mutaciones en genes recesivos, mutaciones que le provocaron, además de otras graves dolencias, la esterilidad que acabó con la dinastía de los Austrias españoles a pesar de haberlo intentado todo para acabar con dicha infertilidad. Se cree que padeció el síndrome de Klinefelter debido a una mutación cromosómica en los hombres como consecuencia de la cual padecen, entre otras cosas, hipogonadismo, dificultades de aprendizaje e infertilidad.  

Su cosmógrafo, Alonso de Santa Cruz dijo de él: “Su mayor fealdad era la boca, porque tenía la dentadura tan desproporcionada con la de arriba que los dientes no se encontraban nunca; de lo cual se seguían dos daños: el uno el tener el habla en gran manera dura, sus palabras eran como belfo, y lo otro, tener en el comer mucho trabajo; por no encontrarse los dientes no podía mascar bien“.

Y a su muerte, el médico que examinó el cadáver del rey señaló: “No tenía ni usa sola gota de sangre, el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; tenía un solo testículo, negro como el carbón y la cabeza llena de agua“.

Archivo:Carlos-II-de-Espana 1661-1700.JPG
Carlos II de España (fuente)

Para Lynch Carlos II fue la última, la más degenerada y la más patética víctima de la endogamia de los Austrias (Los Austrias 1516-1700). En esta ocasión sus padres eran tío y sobrina, Mariana de Austria, madre de Carlos II era la hija de María, hermana de Felipe IV. Cuando el rey murió Carlos sólo tenía 4 años, padecía raquitismo y escasa lucidez. Deficiente salud física que le acompañó toda su vida acompañada de una no mejor salud mental con continuos trastornos psicológicos de los que intentaba salir por medio de exorcismos por los que fue conocido como El Hechizado. Su segunda esposa, Mariana de Neoburgo, fue elegida por la alta fertilidad de su familia, pero de nada sirvió. La muerte de Carlos II a los 39 años supuso la extinción de la Casa de los Austrias, la monarquía reinante más poderosa del momento en Europa. La falta de sucesión provocó la Guerra de Sucesión española (1701-1715).

La endogamia no sólo se dio en esta dinastía española, otras casas reinantes también padecieron por su herencia. Pero esa es otra historia…

Fuentes

  • Imagen de cabecera: Fuente
  • Lynch, J. Los Austrias 1516-1700
  • Gargantilla, P. Enfermedades de los Reyes de España. Los Austrias
  • Enguix, S. La consanguinidad tóxica de los Habsburgo. La Vanguardia, 26.7.2020
  • Mayans, C. La endogamia causó la deformación facial de los Habsburgo 26.11.2021.

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