El “putsch” de Múnich (1923)

La historia de cómo un aprendiz de dictador la lio parda en una noche de noviembre

Para Alemania, el mes de noviembre está lleno de hechos históricos. En noviembre de 1870, tras derrotar a Francia en Sedán, se inició el proceso de creación del II Reich alemán. En noviembre de 1918 abdicó el káiser Guillermo II y Alemania se rindió en la Primera Guerra Mundial. En noviembre de 1938 se producía la “Noche de los Cristales Rotos”, el más famoso pogromo contra los judíos. En noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín.

Otro hecho se produjo en noviembre, en concreto, en 1923, y del que vamos a “celebrar” 100 años, el primer intento de Hitler de tomar el poder. Algo que intentaría hacer mediante un golpe de Estado, lo que allí se conoce como putsch, el Putsch de Múnich, Hitlerputsch o el Putsch de la cervecería.

¿Una cervecería?, curioso lugar para intentar dar un golpe de Estado ¿verdad? Algunos amigos y yo hemos dado unos cuantos de esos en más de una ocasión entre cervecita y aperitivo, pero sin llegar a nada serio.

Pero el futuro führer lo dio de verdad, no fue una mera conversación de barra de bar, créanme que se lo tomó muy en serio.

Pero antes debemos irnos a la Alemania de 1923. Un año complicado. Una Europa que apenas había salido de los horrores de las trincheras de la Primera Guerra Mundial y una Alemania con unos índices de desempleo que ríete tú de los datos que nos dan cada mes en España. Con una tasa de inflación estratosférica, obligando a los obreros a cobrar sus salarios, literalmente, en carretillas, aunque apenas les dieran los miles de billetes que les daban, para pagar sus necesidades mínimas. El Banco Central llegó a sacar un billete de 4,2 billones (con b) de marcos, al cambio, 1 dólar de la época. Los precios se doblaban cada dos días.

Un dólar igual a un millón de marcos. Portada de periódico de 1923. (Wikimedia commons)

Alemania además había sido condenada a pagar reparaciones de guerra. Se la había hecho responsable de la guerra mundial que acababa de terminar, y no sólo había perdido sus colonias y parte de su territorio patrio, además tenía que pagar los daños que, según los vencedores, había provocado. En enero de 1923, franceses y belgas, ante los retrasos en los pagos que una arruinada Alemania no podía hacer en tiempo y forma, ocuparon la región del Ruhr, el conocido como “taller de Alemania”. Ya saben, como cuando éramos pequeños y decíamos, me quedo con tu balón hasta que me devuelvas el tebeo que te llevaste el otro día.

Alemania, en concreto, Múnich, donde estaba Hitler en aquel tiempo, estaba además llena de veteranos de guerra desocupados por las calles, ex soldados sin más ocupación que deambular de un sitio para otro, sin oficio ni beneficio, incapaces de adaptarse a la vida civil, olvidados por una sociedad que no quería o no podía agradecerles tantos años de lucha y sacrificio “por la patria”, donde lo único que sentían era el afecto de otros veteranos que se habían jugado el pescuezo como ellos, para al volver a la patria sólo encontrar olvido, paro e incluso animadversión. Normal que estas gentes, hicieran lo que hacemos mucho cuando tenemos tiempo libre, irnos al bar a contar batallitas. En aquel tiempo, en toda Alemania, los bares eran las cervecerías. Aparte de salir por las calles vestidos de uniforme, formando los llamados Freikorps, cuerpos libres (nada que ver con el sexo, no sean mal pensados). Es decir una parranda de colegas, macarras, mal encarados, pero de uniforme y con corbata eso sí. Poco más podían hacer, quizás pelearse con los grupos comunistas, pues no eran precisamente gentes de izquierdas, todo sea dicho.

Y, como todos sabemos, en los bares han nacido muchos partidos políticos. No diré cuales para no ofender a nadie, pero uno que nunca renegó de sus orígenes etílicos fue el NSDAP, o sea, traducido, el partido nazi. ¿Y donde? Pues en Múnich, como ustedes se pueden imaginar.

Después de la guerra, Hitler que no era precisamente un trabajador especializado, se mantuvo relacionado con el ejército pero como “espía político”, es decir, iba de cervecería en cervecería a ver, y luego informar, sobre la actividad política de los partidillos cerveceros que se estaban formando en la ciudad. Es decir, ir, tomarte una cerveza y escuchar a ver qué decían unos y otros.

Así entró en contacto con el partido nazí, uno de tanto grupúsculos al que no tardaron en invitarle después de lanzar el propio Hitler un discurso con las características que luego le harían famoso, es decir, con un tono de cabreo importante, a grito pelado, y una mirada fija en el infinito. El orador histriónico que necesitaba aquel pequeño partidillo de don nadies.

Allí tuvo contacto con otro famosillo, Hermann Goering, el antiguo aviador que asumió en el mando de la escuadrilla del Barón Rojo tras la muerte de este, y con Heinrich Himmler, futuro jefe de las famosas S.S., otro veterano de guerra y tipo siniestro donde los haya.

En 1923 Hitler ya tiene el control absoluto del partido nazi, que tenía unos 100.000 miembros, además de unos 15.000 hombres, vestidos con unas características camisas de color pardo y corbata negra, encuadrados en las llamadas S.A o Secciones de Asalto, (en Alemán se dice de otra forma, pero tenemos la suerte de que en este caso las iniciales cuelan). No confundirlas con las S.S que eran, otra cosa.

Hitler entró en la vida política de Baviera, que dudaba si independizarse de Alemania o seguir adelante en la República de Weimar que había sucedido al II Reich del káiser. Entró en contacto con figuras políticas importantes de la zona, como el jefe de la policía bávara, Von Seisser, el jefe del ejército bávaro, Von Lossow y el importante líder político bávaro, Von Kahr, (Por Vons, que no falten).

Y todo se inició en una cervecería, como no podía ser de otra manera, la Bürgerbraükeller (nada que ver con Burger King), un 8 de noviembre de 1923.

La famosa cervecería (Wikimedia commons)

Allí estaban los tres Von de antes, para escuchar a uno de ellos, Von Kahr, que iba a dar un discurso ante la crème de la crème política de Baviera. Estaban medio a pachas con Hitler en la idea de dar un golpe, tomar el poder o tomarse una cerveza, pero tenían la palabra de Adolfo de no intervenir aún, sino cuando fuera el momento adecuado.

Pero Hitler paciente no era precisamente. Al poco de iniciarse el discurso de Kahr, Hitler entró en la sala, elegante, de levita y pistola en mano. Goering, también armado pero más sutil, de uniforme y con una espada. Interrumpió al orador y subió al púlpito. Tomó un trago de cerveza y reclamó la atención de todos dando un tiro al aire. Anunció un golpe de Estado con la frase “Acaba de estallar la revolución nacional”. El equivalente a nuestro “Quieto todo el mundo” de un tal Tejero, pero en alemán.

Se pueden imaginar el barullo y, mientras los colegas de las S.A. salían a tomar los puntos importantes de la ciudad, Hitler se reunía con los tres Vons para organizar un gobierno. Kahr no estaba por la labor, por un lado porque así no se hacían las cosas y, principalmente, porque le había interrumpido el discurso, que era lo que más le molestaba.

Nos podemos imaginar que los tres, en ese momento, aceptaron, ya que estaban con un tipo nervioso, gritón y con una pistola en la mano.

Poco después llegó un tipo importante, el general Ludendorff, un héroe de guerra, compañero del general Hindenburg, ganadores de alguna que otra batalla a los rusos. Llegaba, como no, para ponerse al frente de esa revolución, pero vamos, que si lo hacían presidente se conformaba.

A las 11:00 Hitler dio su primera conferencia de prensa internacional, la primera de su vida, al New York Times, desde, como no, la cervecería.

Las noticias de los tipos de las S.A. no eran muy buenas, que si este cuartel no me abre, que si en esta comisaría me dicen que si eso luego más tarde, eso cuando no les detenían por alboroto público directamente, vamos, que el golpe se iba frenando antes de empezar.

Hitler salió a organizar el tema y, en ese momento, los tres Von, viendo que la cosa no iba muy para allá, tomaron las de Villadiego (no se que localidad alemana será equivalente a dicha localidad española). A las 2:50 de la mañana, lanzaron un mensaje por telégrafo desautorizando el dichoso putsch.

Al amanecer la policía empezaba a controlar a los revoltosos nazis y Hitler y Ludendorff no sabían si so o arre. Goering colaboró trayendo una banda de música para animar el asunto. Las cosas iban pareciendo un sainete, y de los malos.

Ludendorff propuso una marcha por la ciudad, con ellos al frente y todos los habitantes de Múnich detrás. ¿Hacia donde?, “pues, si eso, hacia el centro”, debieron decir. Hitler, Ludendorff y Goering abrieron la marcha.

Llegaron a la Odeonplatz, después de dar algún que otro giro como pollo sin cabeza, donde les esperaba un pelotón de la policía.

Llega el momento decisivo. ¿Avanzamos o nos vamos? Que esos de ahí delante llevan fusiles y una cara de mala uva como las de la Guardia Civil de antes. ¿Somos nazis o que somos?, avanzamos.

Suena un disparo. Nunca se sabrá de quién. Descarga cerrada de la policía. Resultado, 14 nazis muertos, 4 policías muertos. Buen número de heridos, entre ellos Goering en la entrepierna (de resultas de esa herida se hará adicto a la morfina). Hitler cae al suelo, pero sólo se produce una luxación de hombro y una crisis nerviosa. Ludendorff continúa avanzando, solo, derecho como un palo, hacia la policía y se entrega. Nadie se ha atrevido a apuntar al veterano general. Él no se ha tirado al suelo al oír los disparos, unos dicen que por valentía, otros que porque, como es general, y no ha pisado una trinchera, no sabe lo que son realmente las balas.

Los de Hitler salen corriendo despavoridos y ponen pies en polvorosa, Hitler incluido, que será arrestado un par de días más tarde a las afueras de la ciudad. El putsch finalizó en aquel mismo instante.

Hubo un juicio que Hitler, con la aquiescencia del tribunal, usó para hacer propaganda política. Resultado, un añito de prisión. Ludendorff, con aquello de que estaba mayor y era un general, pues absuelto.

Hitler pasó 10 meses en la cárcel de Landsberg, bueno, cárcel es un decir, casi parecía un hotel. ¿Qué hizo entretanto? Escribir la Biblia de los nazis, su obra “Mi Lucha” (“Mein Kampf“, de esa sí me se el título en alemán), pero vamos, tan mala y difícil de leer que mejor hubiera hecho alguna otra cosa más productiva.

Hitler en sus días en la cárcel. No falta detalle, desde el traje tirolés a la bandolina. (Wikimedia commons)

Cuando salió cambió su forma de actuar, decidió que había que ir a lo grande, a la política nacional, a Berlín y mediante elecciones democráticas, nada de golpes de estado con políticos de segunda.

La plaza de Múnich sirvió para conmemorar, cada año, el intento de golpe. El monumento a los héroes, anterior a los nazis y que ilustra la imagen este humilde artículo, se transformó en un lugar de exaltación nazi. Por otra cosa no será, pero por símbolos que no quede.

Monumento a los héroes en Odeonplatz. (Holger Weinandt)

Han pasado 100 años de aquello. ¿Qué hubiera pasado en el mundo con un Hitler 10 años antes en el poder? Lo que está claro es que el mundo hubiera sido muy distinto si uno de aquellos policías hubiera tenido un poco más de puntería y hubiera acertado a cierto personaje con bigotito, llamado a convertirse en uno de los mayores criminales del mundo que, poco después, montaría toda una guerra mundial y un Holocausto con un horror que aún nos hace estremecer al recordarlo.

Postdata: Aquel día del putsch, tres nazis cayeron muertos y mancharon con su sangre la bandera que llevaban. Los nazis eran muy de símbolos, como he comentado, y recogieron dicha bandera, que, sin lavar ni nada, fue conocida como la Blutfahne, la “bandera de la sangre”, la cual, mediante un toquecito, como la varita de Harry Potter, debía tocar a todas las demás banderas y banderines nazis para “consagrarlas”, como se hizo desde 1926. Desapareció con los bombardeos aliados de Múnich hacia 1944. Si la encuentran, pues, ustedes verán que hacen con ella…

Bibliografía

  • Imagen de portada: Detalle del Monumento a los héroes en Odeonplatz, Múnich. Fotografía de Román Rivera.
  • Breve historia de la incompetencia militar. Ed Strosser/Michael Prince.
  • Adolf Hitler. Hans Bernd Gisevius.

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