Tarteso, del mito a la realidad histórica (II)

En el artículo de la semana pasada hablábamos sobre el conocimiento que teníamos de Tarteso gracias a las fuentes antiguas (si te lo perdiste, puedes leerlo aquí).

Hasta ahora sabemos que, en fuentes bíblicas y griegas, a medio camino entre el mito y la realidad, existen menciones a un río denominado Tartessos (el río Guadalquivir) que da nombre a una región y sus gentes. También sabemos que se estableció un fructífero comercio fenicio en sus costas, pues la región era rica en metales, como la plata. Y hemos visto cómo, poco a poco, las fuentes pasan de referirse a Tarteso como región a Tarteso como una ciudad concreta.

Pero ¿de dónde sale todo eso de “civilización misteriosa” o “ciudad perdida”? ¡Vamos al lío!

El resurgir de los nacionalismos: Gómez-Moreno y Blas Infante

Y, por fin, llegamos al siglo XIX. Aunque no es el objetivo de este artículo entrar en un análisis de lo que pasaba en esos momentos, podemos comentar, grosso modo, que a lo largo de este siglo se produce una crisis de identidad que da lugar al surgimiento de los nacionalismos de finales del XIX y comienzos del XX. En la construcción del relato político nacionalista se busca un elemento legitimador y, tal como había hecho la monarquía hispánica durante la Edad Moderna, se vuelven los ojos hacia Tarteso, esa “cuna de la civilización occidental”.

Es necesario destacar también que, desde finales del siglo XIX, los espectaculares hallazgos arqueológicos que se habían producido en Oriente Medio dieron lugar teorías que explicaban los cambios culturales de la prehistoria europea a partir de los influjos que venían de Oriente, el famoso ex oriente lux. La cultura europea no se sentía cómoda admitiendo una dependencia cultural de pueblos a los que consideraba inferiores, por lo que existía una fuerte tendencia a reivindicar cualquier hallazgo que supusiera explicar la civilización occidental como autóctona e independiente de Oriente. Por ese motivo, hallazgos como los efectuados por Schliemann y Evans en el Egeo fueron tan relevantes en los círculos culturales europeos.

En 1905 Gómez-Moreno publicaba el artículo Arquitectura Tartesia: La necrópoli de Antequera en el que vinculaba el megalitismo peninsular a Tarteso, con el objetivo de demostrar la antigüedad del elemento tartésico y, a su vez, vinculaba el elemento “civilizador” a los pastores y agricultores neolíticos orientales, eliminando de un plumazo el componente fenicio.

La expansión del megalitismo hacia el norte otorga también a Tarteso un protagonismo en la difusión de la cultura y el comercio hacia las islas británicas y el norte de Europa, haciendo de los tartesios intrépidos comerciantes, colonizadores y civilizadores durante la prehistoria. Gómez-Moreno establece por primera vez, y no será la última, una conexión entre la Atlántida y Tarteso, afirmando que esta “nos pinta quizá el esplendor del imperio tartesio”.

Blas Infante publicaba en 1915 El Ideal Andaluz, una de las obras pioneras del nacionalismo andaluz. Para Infante, Tarteso sería la primera encarnación del genio andaluz en la historia. A diferencia de Gómez-Moreno, Blas Infante otorga a Tarteso una formación plenamente autóctona, sin elementos exteriores, y afirma que los tartesios ya disponían de escritura y leyes antes de las primeras invasiones históricas. Antes, por tanto, de la llegada de los fenicios.

En su obra compara el genio tartesico con el griego, afirmando que si la cultura tartésica tiene algún aporte exterior es, en todo caso, helénico, y negando, de nuevo, la aportación cultural de fenicios y púnicos, a los que define como africanos de genio sombrío.

Ya desde estos primeros momentos de revival de Tarteso, su reivindicación implica la eliminación del elemento semita de su esencia.

Portada de El Ideal Andaluz de Blas Infante (1915)

Bonsor y Schulten, buscando la ciudad de Tarteso en el terreno

En 1870 Schliemann encontró los restos de la ciudad de Troya basándose en la lectura de los textos clásicos. Poco después hizo lo mismo con Micenas. Estos hallazgos fueron revolucionarios, y daban pie a considerar la lectura de los clásicos como fuentes válidas para la investigación arqueológica.

¿Recuerdas, en la entrada anterior, cuando hablábamos de Avieno y las descripciones de Tarteso en Ora Marítima? Esta obra, escrita en el siglo IV d.C., narra el periplo de dos comerciantes, periplo que habría ocurrido mil años antes del momento de su escritura. Su importancia radica en que realiza una descripción geográfica exahustiva de las costas del sur de la península ibérica y realiza la identificación de la ciudad púnica de Gadir como Tartessos. Justo después del éxito de Schliemann esta obra comenzaba a ser contemplada como la fuente para hallar la “legendaria ciudad de Tarteso”.

En este contexto hace su aparición George Bonsor, un arqueólogo anglo-francés que ya realizaba algunas excavaciones en España y que, financiado por Archer M. Huntington, fundador de la Hispanic Society de Nueva York, comienza a realizar excavaciones en la zona sevillana de Los Alcores. En 1899 publicó una monografía avanzando ciertas hipótesis que causaron gran revuelo en su momento, defendiendo una colonización fenicia de la desembocadura del Guadalquivir.

En Tartessos, publicado en 1921 Bonsor va realizando la correlación entre las descripciones de Avieno y lugares concretos del litoral de Cádiz y Huelva, y mantendría su hipótesis de que Tarteso fue originalmente una fundación fenicia. Para ello se apoyaba en el material que había encontrado en sus excavaciones, que él habría clasificado como celto-fenicio al identificar en las piezas elementos autóctonos “celtas” junto con elementos orientales fenicios. Sin embargo, esas hipótesis se matizarían más tarde, tras trabajar con Schulten.

Delta del antiguo Tartessos, George Bonsor (1921)

Adolf Schulten llegó a España a comienzos del siglo XX para realizar algunas campañas arqueológicas en Numancia, con la financiación del káiser Guillermo II. Aplicando un método “filológico”, mediante la lectura de Apiano, habría conseguido identificar el yacimiento de la ciudad de Numancia. El éxito en esta empresa le otorgaría confianza en su metodología y le llevaría a poner su empeño en la búsqueda de la ciudad de Tarteso a través de las fuentes clásicas, a semejanza de lo que habría logrado Schliemann.

Así, en 1922 publicaba su obra Tartessos en Alemania y, dos años más tarde, sería publicada su traducción en España. En esta obra, que elabora basándose exclusivamente en las fuentes literarias, Schulten realiza una interpretación de Tarteso como una civilización espléndida que había sido ocultada, según él, tras su destrucción por los cartagineses.

En su búsqueda de la ciudad, desde un primer momento descartaba la equiparación entre Tarteso y la actual Cádiz, como hace Avieno y echaba la culpa de la “confusión” de las fuentes a la conquista púnica, a quienes veía como los culpables del declive de Tarteso.

Llevado por una visión romántica, eurocentrista y antisemita, Schulten realizaba una construcción idealizada de Tarteso, buscando una cuna de la civilización occidental. Esta idealización, en consonancia con las tendencias historiográficas de la época, consideraba como origen de la civilización europea a Grecia, llegando a afirmar sin ningún tipo de evidencia que Tarteso tenía su origen en la colonización por parte de gentes del Egeo, usando algunos “paralelismos culturales”, como el culto al toro. Dentro de esa idealización no tiene cabida el elemento semita, por tanto, “limpia” el origen de Tarteso de cualquier elemento fenicio.

En esta narrativa, lo fenicio es un elemento de dominación de la cultura tartésica, tanto por parte de tirios como, posteriormente, de púnicos, que por su avaricia en la posesión de la riqueza tartésica, llegarían a aniquilar este “imperio”.

Otro de los “mitos” que le debemos a Schulten y que ha llegado hasta nuestros días es la equiparación de Tartesso con la Atlántida platónica. En su obra, Schulten estableció un paralelismo entre Avieno y los diálogos Timeo y Critias de Platón, llegando a afirmar, sin más evidencia que su intuición, que la Atlántida descrita en dichos diálogos es Tarteso.

Pero Schulten no podía apoyar sus argumentos con datos arqueológicos. En los primeros momentos había contactado con Bonsor para realizar las primeras exploraciones de Doñana partiendo de traducciones de Ora Marítima realizadas por Antonio Blázquez, exploraciones que resultan infructuosas. Tras realizar su propia traducción de Avieno, determinó finalmente dónde podría encontrarse la ciudad. Hacia 1923 comenzaron las primeras excavaciones en el Cerro del Trigo. Durante los años siguientes Schulten prosiguió con dichas excavaciones, sin éxito, de forma que no pudo confirmar sus tesis por medio de la arqueología.

Tarteso tras Schulten

Pese al éxito que tuvo en España la obra de Schulten, recibió muchas críticas en los ambientes académicos, destacando la réplica realizada por Anselmo Arenas López en 1926, que situaba la mítica ciudad en la actual Huelva.

Numerosos historiadores siguieron realizando la búsqueda de la ciudad de Tarteso, barajándose otros enclaves, como Mesas de Asta, cercana a Jerez de la Frontera, Carteia, junto a San Roque, o la misma Sevilla. Sin embargo se seguía sin encontrar ningún resto de su cultura material. ¡Pero claro que se habían encontrado restos! Por ejemplo, aquellos que habían sido encontrados por Bonsor y que habían sido clasificados como celto-fenicios, sin suponer que se estaban encontrando pruebas de la cultura material tartésica, al eliminar todo lo fenicio de la ecuación.

Tras la Guerra Civil, Tarteso es considerada “la más temprana y superior cultura espiritual del Occidente europeo y cuna de la más antigua institución imperial de España”, en palabras de Chocomeli, manteniendo el profundo antisemitismo y negando cualquier influencia fenicia.

Y en estas circunstancias se estaba hasta llegar a la década de los 50 cuando, por fin, surgieron voces, como la de Maluquer de Motes, contrarias a mantener la búsqueda de la ciudad de Tarteso y proclives a definir la cultura tartésica mediante restos arqueológicos.

Maluquer mantuvo amistad con de Mata Carriazo, quien le facilitó una pieza de bronce que había encontrado en un mercadillo sevillano. Esta pieza mostraba elementos de influencia tanto occidental como oriental, siendo considerada, por tanto, una muestra de arqueología tartésica. Tras este hallazgo se procedió al reestudio de otros hallazgos realizados con anterioridad y que habían sido clasificados como fenicios.

Bronce “Carriazo”, expuesto en el Museo Arqueológico de Sevilla (fuente)

Otro acontecimiento fundamental para la arqueología tartésica tendría lugar en el año 58, y fue el descubrimiento del famoso Tesoro de El Carambolo, cerca de Camas, en Sevilla, descubrimiento que se produjo por casualidad en unas obras que se estaban realizando en la Real Sociedad de Tiro de Pichón. La excavación de este yacimiento permitió obtener las primeras muestras de cerámica tartésica “tipo Carambolo”. La identificación de las características de este conjunto de materiales permitió generar una cultura material para Tarteso, que ayudarían en la identificación de nuevos yacimientos.

Pero, entonces… ¿Qué es Tarteso?

Tarteso es un problema histórico estrictamente literario, no arqueológico, pero los historiadores lo hemos convertido en una controversia arqueológica al pretender identificar el Tarteso de las fuentes grecolatinas con un yacimiento arqueológico concreto en un primer momento, y después con una cultura material a la que se ha denominado impropiamente «tartesia», así como con un período conocido también como «tartésico». De la misma manera se ha generado un problema filológico al hacer coincidir el Tarteso literario con un mapa lingüístico basado en la onomástica, sobre todo en topónimos, y en un tipo concreto de escritura. Y ninguno de estos tres Tarteso, el literario, el arqueológico y el filológico, coinciden desde los puntos de vista geográfico, cronológico y cultural.

E. Ferrer Albelda, E. Prados Pérez. Actas del I congreso internacional de Tarteso

Pues, precisamente, quizás el problema está en querer realizar una identificación entre restos arqueológicos y fuentes históricas. Tal como hemos visto en el artículo anterior, la línea entre mito y realidad en las fuentes es muy difusa. Por otro lado, en los yacimientos arqueológicos de la época es prácticamente imposible distinguir entre restos fenicios y restos “tartésicos” y, por último, tenemos el ejercicio de “borrado” del elemento fenicio que se ha realizado durante todo el siglo XX, porque ser la cuna de la civilización occidental molaba, pero que esa cultura fuera en realidad herencia fenicia, no molaba tanto.

Al hilo de este último punto, la historiadora Patricia González comentaba hace unos meses en Twitter lo “curioso” que resultaba que en museos como el Arqueológico Nacional todavía aparezcan ciertos yacimientos identificados como tartésicos o mixtos, cuando algunos de ellos son claramente fenicios.

Por todo esto, en mi opinión, es un error hablar de Tarteso como entidad política, ni siquiera creo que sea correcto hablar de “civilización tartésica”, porque no creo que esta existiera. Como indican los investigadores Sebastián Celestino y Esther Rodríguez, lo que tenemos entre manos es una cultura material producto de la hibridación entre un sustrato indígena y un elemento colonizador fenicio, con aportes griegos. Podemos identificar rasgos comunes en esta cultura material desde los yacimientos de Sevilla, Huelva, Cádiz hasta Badajoz y, por consenso, los investigadores han denominado a esta cultura material “tartésica”. Pero hay que tener claro que se trata de un consenso para poder nombrar a una cultura, puesto que el Tarteso de las fuentes históricas, o incluso el Tarsis bíblico, no coincide ni en el tiempo ni en el espacio con esta cultura material.

Fuentes

  • Imagen de portada: Tesoro del Carambolo. Se encuentra expuesto en el Museo Arqueológico de Sevilla. Fotografía de José Luiz.
  • Ferrer, E. y Prados Pérez, E. (2013). Tarteso, de ciudad a imperio (o sobre la creación de identidades ficticias). En J. Campos y J. Alvar (Eds.). Tarteso. El emporio del metal (pp. 395-412). Almuzara.
  • Álvarez, M. (2005). Tarteso. La construcción de un mito en la historiografía española. Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga.
  • Celestino, S. (2014). Tarteso. Viaje a los confines del mundo antiguo (pp. 54-74). Trébede Ediciones.
  • Colomer, L. (2021) Desenterrando el pasado: Episodio I. Entrevista a Sebastián Celestino y Esther Rodríguez. Historia National Geographic. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/construyendo-tarteso_16682
  • González, P. [@PGonz8]. (12 de enero de 2016). Tartessos como gran civilización y origen de la Gran Nación Hispánica, pero nos olvidamos que no deja de ser [Tweet]. Twitter. https://twitter.com/PGonz8/status/1529004549779996672?s=20&t=Wp3hqZXs7_cN2WDeXLKUBQ

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