Castellano, de Lorenzo Silva

Casi no sé ni por dónde empezar. Acabo de leer “Castellano” de Lorenzo Silva. Antes de las veinte  páginas ya me había dado un puñetazo en el estómago. Sentí  un vacío visceral, me faltaba el aire. No voy a decir públicamente que casi se me saltaron las lágrimas, pero casi.

Sé que no soy -ni quiero serlo- imparcial. No puedo. Al igual que Copani en “Maldito Serrat” cantaba aquello de “…copiaste la idea que tenía yo justo antes que yo mismo la escribiera…”, Silva se me ha adelantado -por muchos años- con la historia, no con la forma de contarla (¡qué más quisiera yo!). Su prosa es libre, clara, muy rica, con gran cantidad de preciosas palabras ya caídas en desuso, pero no por ello menos bellas. Todo se entiende, todo se explica: Cómo, quién, cuándo, dónde y por qué.

Como segoviana y como seguidora infatigable de los “enormérrimos” Nuevo Mester de Juglaría, he crecido con la historia de los Comuneros. Esa gente que le plantó cara y hacienda al mismísimo Carlos V, el último emperador hispánico que no dudó, ni por un momento, en esquilmar a SU PUEBLO -para él meros contribuyentes- para calzarse a gusto la corona imperial y pasearla por todo su imperio. Que en lugar de llamarle “Carlos” le llamasen Majestad o César. Yo tampoco lo dudaría, dónde va a parar.

Portada del disco Los Comuneros de Nuevo Mester de Juglaría.
Portada del disco Los Comuneros de Nuevo Mester de Juglaría (fuente)

La historia es de sobra conocida, al menos en mi tierra: Niño criado fuera de España que llega a tomar posesión del trono de un país que no es el suyo. Se trae a sus propios asesores, extranjeros, a los que pone al frente de los mejores puestos, en detrimento de la aristocracia de servicio local que le podrían ofrecer el mismo trabajo y con mejor conocimiento de causa. La corona pertenece a su madre, aún viva… (pero ésa… es otra historia). Necesita dinero a espuertas para hacerse con otro título, el de Emperador, título vacío de contenido pero con mucho relumbre en el pasado. De hecho, tras él, poco queda del título de Emperador que sea respetable en Europa. Tal y como está establecido el sistema tributario sólo pagan los “pecheros”, es decir, quienes no pueden demostrar que tienen un título -aunque sea chiquitito, chiquitito- nobiliario, vamos lo que viene a ser el pueblo llano de toda la vida y, por supuesto, los que menos tienen y los que realmente trabajan. Los nobles tenían muy a gala no pagar impuestos… Los que tienen que aportar la ingente cantidad de dinero que se les exige para las loas al rey se niegan, ¿motivo? ¿hace falta un motivo?.

El emperador Carlos V de Habsburgo, Jacob Seisenegger (fuente)

El pueblo se levanta, mejor o peor aconsejado, pero se levanta. Al frente se pone gente con motivos muy variados, desde los que de verdad quieren ayudar a quien lo necesita y los que sólo quieren ajustar cuentas, pues consideran que no han salido bien parados en el reparto del Consejo de Administración de las Eléctricas del momento (búsquese la frase “pueblo cainita”). Casi un año de desafío en el que Carlos no apareció por España, ya que se marchó a hacer los “Países Bajos” y lo dejó todo en manos de sus asesores. Hubo muchos muertos, muchas traiciones por ambos bandos, desencantos y desalientos. Carlos gana la guerra.

Todo queda en nada, excepto que Castilla, mi Castilla, se ve abocada a la más absoluta de las miserias y será escarnio de dirigentes durante los siguientes siglos. He oído muchas veces que fue un “enfurruñamiento de señoritos” que vieron menoscabados sus intereses los que iniciaron la rebelión e incitaron al pueblo a levantarse. Personalmente, no lo creo. Todos tenían mucho que perder y no dudaron en arriesgarlo.  Al final (¡ojo, spoiler!) lo perdieron todo. Sin duda el pueblo perdió mucho más, pero hubo para todos y sólo ganaron los de siempre, que además tiran con pólvora del rey.

No voy a poner bibliografía, sólo darle las gracias a Lorenzo Silva y al Nuevo Mester de Juglaría por su maravilloso trabajo. Y recordad aquello de “… Y la yesca arderá” (el que quiera entender… que entienda 😉 ) Ufff, casi se me olvida y eso que lo prometí a mis amigos (como diría Serrat, ellos saben quiénes son): ¡viva la República!

Fuentes

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