El caso de las endemoniadas de Loudun: Memorias de una posesión

El 18 de agosto de 1634 se dictó sentencia en uno de los procesos por brujería y posesión más importantes en la Francia del siglo XVII. El sacerdote Urbain Grandier fue declarado culpable y sentenciado a tormento y a morir en la hoguera, castigos que se realizaron ese mismo día.

Grandier, que estudió en un colegio jesuita de Burdeos por la influencia de su tío, fue ordenado en 1615 y pronto recibió un beneficio eclesiástico en la parroquia de Saint Pierre de Marché, siendo nombrado además canónigo de la Colegiata de la Santa Cruz, sitas ambas en la ciudad de Loudun.

Hombre carismático, bien parecido, elocuente y educado, pronto comenzó a cultivar poderosas amistades que le procuraron envidias y adversarios entre ciertos sectores importantes de la ciudad, especialmente, entre los frailes de algunos conventos del lugar a los que les arrebató desde el púlpito su “mercado de almas” y la influencia que pudieran tener entre la ciudadanía. También contaba con una vena de crueldad y soberbia, y sus comentarios burlones le granjearon también muchos enemigos. Enemistado además con el todopoderoso Cardenal Richelieu a cuenta de una disputa por la demolición de las murallas de Loudun y con Jean Martin de Laubardemont, magistrado, hombre de confianza del cardenal y pariente de Juana de los Ángeles.

Los valedores principales de Grandier eran las mujeres de la parroquia para las que tenía un atractivo especial. No parece que guardara celibato ya que, al parecer, dejó embarazada a una joven a la que impartía clases de latín, hija del fiscal de la ciudad y, a partir de ese momento, uno de sus acérrimos enemigos. Tuvo también una larga relación sentimental con otra joven de buena cuna. Incluso llegó a escribir un pequeño tratado en contra del celibato que se encontró en los registros que realizó la Inquisición tras su detención.

Sor Juana de los Ángeles, la gran protagonista de esta historia

The Demoniac (Joseph Middeleer) – Wikimedia Commons

Vamos a detenernos ahora en otra de las importantes protagonistas de este proceso, se trata de Sor Juana de los Ángeles, superiora de un convento de ursulinas ubicado en Loudun, que pronto acogería a alumnas pensionistas de la pequeña burguesía. Las religiosas que habitaban en el convento eran también de familias de la nobleza, una de ellas, incluso, familiar de Richelieu.

Hija de una familia acomodada de Cozes, Sor Juana llega al convento de Loudun en 1627 y poco después se convierte en su abadesa. En su autobiografía, que escribe a petición de la superiora de la orden tras lo sucedido, ella misma se define como arrogante, soberbia y afectada, pero con “cierta facilidad natural… para conseguir el afecto de… quienes tenían alguna autoridad, con el fin de disponer de mayor libertad para seguir mis inclinaciones”, con poca o nula vocación, siendo uno de sus pasatiempos favoritos pasar el tiempo hablando en los locutorios del convento.

Es en esas charlas ociosas y en las relaciones con las alumnas del convento cuando oye hablar del apuesto sacerdote y cuando comienza a obsesionarse con él. El fallecimiento del padre confesor de las monjas le proporcionó la excusa para invitar a Grandier a ocupar el puesto; sin embargo, este rehúsa, según parece, aconsejado por su amante de turno, Magdalena de Brou. El nuevo confesor sería uno de los grandes enemigos de Urbain Grandier, el canónigo Mignon, pariente de la joven a la que el sacerdote había dejado embarazada.

Pronto Sor Juana confiesa a sus compañeras y al mismo Mignon alucinaciones y sueños en los que Grandier se le aparece para tentarla y llevarla por el camino del mal. Es entonces cuando se habla de posesión, quizás bajo la diestra mano de Mignon, que ve una manera fácil de atacar así a su enemigo. Los ayunos, mortificaciones y exorcismos hacen mella en la salud de Juana, que comienza a tener crisis convulsivas que aterrorizan a sus compañeras y empieza a desarrollarse lo que algunos eminentes alienistas decimonónicos tildan de histeria colectiva entre las religiosas, en las que aparecen también las convulsiones y los pensamientos y delirios lascivos con el sacerdote.

La preocupación de Urbain Grandier le lleva a elevar su caso al arzobispo de Burdeos quien envía a un médico al convento que rechaza la posesión, prohíbe los exorcismos y separa a las religiosas. Poco a poco, todo vuelve a una calma aparente.

Todo ello redunda en el desprestigio del convento. Las alumnas van desapareciendo, y con ellas, el dinero que sustentaba a las religiosas. Si bien parece que las convulsiones desaparecen, la salud de Sor Juana vuelve a resentirse y se le presentan hemorragias y vómitos de sangre. Con la debilidad vuelven las alucinaciones y retorna la histeria entre sus compañeras.

La trama se complica, surgen nuevos e importantes personajes

Es en ese momento cuando aparece el tercero en discordia, Jean Martin de Laubardemont quien, tras consultar con Richelieu, apresa a Grandier, acusándolo de brujería. Vuelven al convento los demonios y los exorcismos, con las ursulinas cada vez más manipuladas. También la población de Loudun se ve influenciada por las maniobras de Laubardemont y el futuro de Urbain Grandier es cada vez más oscuro.

Pero el tormento y muerte del desgraciado sacerdote no termina con la posesión. Una personalidad tan histriónica como la de Sor Juana de los Ángeles no parece que pueda dejar pasar la ocasión, y la lleva a un “embarazo histérico” y a nombrar a sus “demonios” con nombre y apellidos.

A pesar de todos sus sufrimientos y desvaríos, la religiosa no olvida la penosa situación económica del convento y consigue de Richelieu los medios necesarios para el sostenimiento de las monjas: dos mil libras anuales más el traslado a un mejor emplazamiento: el Colegio de los Protestantes que consigue Laubardemont violando todos los derechos de propiedad.

Aún hay un cuarto actor en el drama, se trata del padre Surin, jesuita que se encargaría de exorcizar a Sor Juana. Los exorcismos y las mortificaciones se multiplican bajo la insistencia de Surin, hombre con “grandes sufrimientos corporales y espirituales… su espíritu estaba sumido en penas y congojas tan extremas… Esas angustias le dominaban”. Es a este sacerdote, tan histriónico e histérico como Sor Juana, al que encargan el bienestar emocional de la monja.

El exorcismo (Anónimo) – Wikimedia Commons

Los exorcismos y mortificaciones alcanzaron tal magnitud que Juana cae enferma de gravedad, agudizada por las múltiples sangrías a las que se la somete, que la llevan a una debilidad tan extrema que muchos temen por su vida. La curación llega de un día para otro, con la visita de San José, que se le aparece una noche para traerle un “bálsamo de olor exquisito en sus manos”. Bálsamo que su ángel de la guarda aplica a la enferma con diligencia y que impregna la camisa de Juana en cinco gotas milagrosas. Esa camisa sería tratada desde ese momento, como una reliquia y “las cinco gotas…fueron causa de infinidad de curaciones milagrosas”.

Una vez abierta para Sor Juana la senda de los milagros, que suponemos atraería también no poca notoriedad y más monedas a las arcas del convento ursulino, se asiste a un nuevo prodigio, la escritura en las manos de la religiosa de los nombres de San José, María, Jesus y de San Francisco de Sales, a cuya tumba decide peregrinar, para que allí el último demonio abandonara su mente.

El viaje se realiza en olor de multitudes, llega a visitar a Richelieu, enfermo de gravedad, e incluso al rey y a la reina Ana de Austria, a la que la camisa milagrosa ayuda a un alumbramiento feliz.

La posesión demoníaca termina, por fin, a finales de 1638, y comienza para Sor Juana un periodo místico en el que se le aparece Jesús, “que se muestra a ella de forma muy amorosa y con gran belleza”.

A partir de 1657, la salud física y mental de la religiosa se va deteriorando. Su última carta data de 1661. Muere el 29 de enero de 1665, hemipléjica y con la mente absolutamente arrasada.

Su muerte significó para el convento años de bonanza con la explotación descaradamente comercial de relicarios y otros enseres de la que, según las religiosas, había muerto en “olor de santidad”. El negocio comienza a declinar a mediados del siglo XVIII y el convento de Loudun desaparece con sus monjas repartidas por otros conventos.

Contexto histórico de la historia de Sor Juana y Urbain Grandier

A pesar de que las guerras de religión habían acabado formalmente en Francia en 1598, con el final de la octava guerra de religión o la “guerra de los tres Enriques” y la firma del edicto de Nantes, el conflicto religioso entre católicos y hugonotes no terminó de solucionarse. Las rebeliones de los hugonotes prosiguen hasta 1629 y las guerras de religión se extienden a toda Europa a lo largo del siglo XVII. De hecho, Sor Juana de los Ángeles, en su autobiografía, señala a los hugonotes como los causantes de algunas de sus desgracias. Importante también en esta historia, el poder de la Inquisición en aquella época en la que, no debemos olvidar, los brazos de la potente contrarreforma católica en España alcanzan también a Europa.

Por otra parte, importante destacar que la carrera religiosa era una de las salidas para hijos segundones e hijas difíciles de casar. Incluso, llegó a ser salida airosa para muchas viudas de nobles. Quiere eso decir que la mayoría de los y las que profesaban lo hacían sin vocación alguna y solo para buscar un modo de subsistencia cómodo y, en algunos casos, una cota de poder que, en el caso de las mujeres, sobre todo, era difícil alcanzar en la vida seglar.

Un pequeño apunte a la edición de la “Autobiografía” de Juana de los Ángeles

Gabriel Legué y George Gilles de la Tourette, dos de los más eminentes neurólogos y alienistas de finales de siglo XIX, editan las “Memorias de una posesión”, con una espléndida introducción y notas aclaratorias a lo largo de todo el texto, tras un arduo trabajo de investigación del caso, con la revisión no solo de este manuscrito, sino de todas las actas levantadas en el juicio de Grandier y de los sucesos posteriores a su ejecución.

La segunda mitad del siglo XIX fue testigo del gran desarrollo de la neurología y la neuropsiquiatría, con grandes nombres como Jean Martin Charcot, que fuera profesor de Sigmund Freud y de Legué y Gilles de la Tourette, en el Hospital de La Salpêtrière y cuyo trabajo sentaría las bases de la neurología moderna.

Fuentes y referencias

  • BENAVENT, Javier Mira. Demonios, exorcistas y derecho penal (del caso Grandier al artículo 525 del Código Penal Español). En Crímenes y castigos: miradas al Derecho penal a través del arte y la cultura. Tirant lo Blanch, 2014. p. 649-686.
  • DE LOS ANGELES, Juana. Autobiografía. Asociación Española de Neuropsiquiatría, 2001
  • HUXLEY, Aldous. Los demonios de Loudun. Hermes, 1953.
  • LLAMOSÍ, Juan Ramón Rodríguez. El Derecho y el demonio. El caso de las monjas endemoniadas de Loudun y otros casos de posesiones diabólicas en clausura. En La Clausura femenina en España e Hispanoamérica: Historia y tradición viva. Real Centro Universitario Escorial-María Cristina, 2020. p. 99-126.
  • Imagen de portada: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Urbain_Grandier_te_Loudun_levend_verbrand_wegens_hekserij,_1634,_RP-P-1896-A-19368-1949.jpg

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