Matar a un virrey: el asesinato del marqués de Camarasa en Cerdeña

Tradicionalmente se ha considerado el siglo XVII en España como un siglo de continua crisis. Esta conclusión, excesivamente simple, deriva en concentrarse sólo en las consecuencias, pero no en las dinámicas que durante ese siglo se desarrollaron, tanto de intentos de reforma como de las resistencias que se encontraron, entre las que en muchas ocasiones entraba en juego la figura del virrey.

Aunque generalmente se relacionan principalmente con el gobierno de los dominios americanos, la figura del virrey era general en los distintos reinos de la Monarquía Hispánica. Así, además de Nueva España o Perú, hubo virreyes en Galicia (hasta 1679), Portugal (de 1580 a 1640), Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca, Navarra, Nápoles, Sicilia y Cerdeña. Esta institución que tiene su origen en Aragón, en la figura de los lugartenientes generales, que substituían al monarca ausente, chocó muchas veces con otras fuentes de poder, llegando a límites insospechados. Si el caso más famoso fue el asesinato de Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, el virrey de Cataluña, en el “Corpus de Sangre” de 1640, menos de tres décadas después también sucedió otro suceso sangriento no muy lejos de allí, en Cerdeña.

Cerdeña, un reino en crisis en el siglo XVII

Se puede considerar a Cerdeña como la posesión ‘menos italiana’ de la Monarquía Hispánica en el Mediterráneo durante la Edad Moderna. A diferencia de Sicilia, Nápoles o el Milanesado no dependía del Consejo de Italia, sino de el de Aragón, como las Baleares.

También tenía una idiosincrasia especial, derivada de su conquista en el siglo XIV. La consolidación del poder de Aragón fue muy compleja en la Isla, en un proceso que se prolongó más de 80 años dejando uno de los elementos que definiría su historia futura: el poder que detentarían una serie de familias, la nobleza sarda, en muchas ocasiones enfrentadas por mantener o incrementar sus influencias.

La nobleza controlaba, directa o indirectamente, el órgano principal de gobierno de la Isla, las Cortes sardas, que tenían que aprobar aspectos tan esenciales como el pago de impuestos, el “donativo” que cada vez era más acuciante para la monarquía española, y que demandaba su representante en la isla, el virrey. Todo esto se exacerbó mucho más con la gran crisis económica y demográfica que asoló la isla a mediados del siglo XVII.  Socialmente, los efectos de la peste fueron el detonante de la tensión social, a la que se reunieron plagas que asolaban el campo o la importante reducción de la moneda de vellón.

Catedral de Cagliari
Catedral de Cagliari, la antigua Cáller, sede del gobierno de Cerdeña (fuente)

La crisis de Cerdeña es por tanto, en primer lugar, demográfica. La peste llevó a un derrumbe de población entre 1652 y 1657, con pérdida de hasta la mitad de los habitantes en algunas zonas. Aunque le siguió un cierto incremento demográfico en los años 80 de ese mismo siglo, la carestía y carencia de alimentos llevó a otro parón y que no se viera una auténtica recuperación hasta que se inició el siglo XVIII. A este se unieron otros dos factores. En primer lugar lo fue la irregularidad en las cosechas de los cereales, producto agrícola principal de la isla del que dependía no solo la propia alimentación de los habitantes de Cerdeña sino también su bienestar económico ya que era el principal producto de exportación. Este aspecto pone en relación con otro factor, la caída de la población en toda la cuenca mediterránea llevó también a una mayor competencia en el comercio del cereal.  El resultado fue una Cerdeña empobrecida y cada vez menos relevante social y económicamente en el que, además, surgían fenómenos que podían alterar la inestabilidad como el bandolerismo en el interior de la isla. Se buscaron algunas soluciones, principalmente años más tarde, con Carlos II, que iban desde la reactivación del comercio con la península a la introducción de cultivos alternativos como la morera para la industria de la seda o el olivo, con poca aplicación práctica y nulo éxito.

A medida que la crisis económica y social se profundizaba aparecía el segundo factor, la crisis política. La clase nobiliaria incrementaba su interés por acaparar en exclusiva los distintos cargos públicos de la isla con repercusión social y económica. Ya, como señala Francesco Manconi en su monografía sobre la Cerdeña de los Austrias, en 1655 el virrey Francisco Fernández de Castro Andrade, conde de Lemos, escribió al Consejo de Aragón afirmando como los nobles sardos estaban “obsesionados por arçobispados, obispados, abadías, pensiones eclesiásticas, resultas, plaças, oficios de paz y guerra, pensiones maiores y menores en las Galeras, y demás provisiones tocantes a su Real Patrimonio en este Reyno”. Este proceso fue incrementando el enfrentamiento entre los dos poderes: la Corona, personificada por el virrey, y las familias nobles, en una búsqueda de favores que fue quebrando la hasta entonces actitud muy homogénea, cuando no unitaria, que había imperado en los siglos anteriores en las relaciones entre las distintas familias nobiliarias.

Todo ello ocurría mientras que por parte de los distintos virreyes también su actitud empezó a cambiar. Si tradicionalmente habían ejercido de “mediadores”, atribuyendo puestos locales a ministros naturalizados y compensando a los sardos con cargos en otros reinos, la constante y acuciante necesidad de conseguir más fondos de una isla ya de por si esquilmada llevó a que fuera endureciendo su actitud a la vez que iba conformándose un importante grupo de opositores a su labor en sus Cortes. 

Caldo de cultivo para el enfrentamiento

Sé creó así una especie de dinámica que se repetía constantemente y se profundizaba a lo largo de los años. Los nobles sardos reivindicaban la exclusividad de los cargos públicos a cada cambio de virrey, mientras que, desde la Corona, esta se rechazaba y solamente se aceptaba entregar aquellos que no tenían un valor político significativo o tenían la menor relevancia fiscal.  A esto se unió un importante esfuerzo por controlar el parlamento, buscando hacerse con los favores de la mayoría de los miembros, y cuando esto no fuera posible, suspenderlo. Esto no eliminó las protestas, incluso negativas por parte de las ciudades a pagar su donativo al rey como hizo Cáller como protesta al no tenerse en cuenta sus solicitudes.

Vista de Algero (Algher), la principal ciudad del norte de Cerdeña y donde más apoyos tenía la facción de los Castelví (fuente)

El mandato de conde de Lemos, aun siendo consciente de estos problemas, se salvó con ciertas concesiones a la nobleza, pero con la llegada del Marqués de Camarasa en 1665 el equilibrio entre facciones se rompió y la rivalidad entre dos familias, los Castelví y los Alagón, se acentuó de forma notable y profunda. Los primeros, de la mano del marqués de Láconi, lideraron el grupo opositor a Camarasa. Así, el parlamento de 1666 condicionó el apoyo al ‘donativo’ al rey, al menos igual al obtenido diez años atrás coma a pesar de que la peste había hecho estragos en la isla, a cambio de la concesión de cargos y privilegios a nobles locales. El problema no estaba solo en la petición, sino en la fórmula, ya que eligió la de “condición” y no la de “súplica”, que era la que tradicionalmente se utilizaba hasta ese momento; es decir, se pagaba de formaba obligada y no como voluntad del parlamento. Camarasa no cedió de primeras, a pesar de que el propio Consejo de Aragón exhortó al virrey a que no hiciera ninguna innovación en los procedimientos parlamentarios y que mantuviera una línea prudente en la negociación, busco imponer su criterio con el apoyo de la facción rival, pero un año después no consiguió ningún acuerdo. Por el contrario, de la mano del arzobispo de Cáller (la actual Cagliari, capital de Cerdeña) don Pedro Vico, su arzobispo y partidario de los Castelví, fue aunando fuerza para generar una disensión compacta en el que unir también en primer lugar a la pequeña y mediana nobleza en contra de los intereses del virrey. Ante esta situación la facción de Castelví decide invitar a Madrid al marqués de Laconi, algo que aprovecha el virrey para, sin su principal rival, forzar a un acuerdo.

El doble asesinato

También fracasa, la tensión se traslada a la calle con amenazas de los partidarios de Castelví a los votantes favorables al rey. Bajo la excusa de pedir y defender los fueros de la isla, los disidentes se atrincheran en la idea de defender a todo el pueblo, aunque únicamente buscan defender sus propios intereses. Ante el temor ante el regreso inminente de Agustín de Castelví, marqués de Laconi, el virrey Camarasa decide disolver el Parlamento sardo, pero lejos de apaciguar la situación, la tensión aumenta. El 20 de julio de 1668, pocos días después de su vuelta, es asesinado en plena calle, al volver a casa de noche el marqués de Laconi. En el castillo de Cáller, sede del poder político y residencia de la nobleza, esta muerte violenta causa una enorme impresión que se incrementa al alimentar sus partidarios el mito de “don Agustín como padre de la patria” víctima del autoritarismo del virrey frente a un noble entregado en la defensa de los derechos de los sardos. Su facción lo presenta como un crimen político por parte de los lealistas y el propio virrey. A esto contribuye abiertamente el obispo Vico, que en ese momento obtiene un cierto consenso en las altas esferas de la sociedad de Cáller. Es el punto álgido en el que los propósitos sediciosos parecen destinados a tener cierto éxito. Pero pronto se ve la realidad, el distanciamiento de la población respecto a una batalla parlamentaria a la que es ajena.

Pero en lo que sí desemboca este proceso de tensión es en el asesinato un mes después del virrey Manuel de los Cobos a arcabuzazos, en una emboscada tendida en las muy estrechas calles del Castillo de Cáller. Las sospechas se centran rápidamente en los nobles del bando Castellví quienes para evitar represalias se refugian en el convento de San Francisco de Stampache, donde intenta tomarse la justicia si éxito el hijo del virrey. Pero en ese momento de vacío de poder es cuando se refleja la falta de apoyos reales de los rebeldes, que acaban huyendo al norte de la isla donde tienen más apoyos, muchos de ellos “feudales” y donde acabarían siendo apresados los que no pudieron huir de la Isla.

Barrio de Stampache en Cagliari con el convento de San Francisco donde se refugiaron los asesinos del marqués de Camarasa (fuente)

El sucesor de Castelví, el duque de San Germán, consiguió pacificar aparentemente Cerdeña, en un proceso en el que fueron ajusticiados los principales instigadores. La propia elección era importante, se trataba de un noble experimentado en la guerra con Portugal y que anteriormente había ejercido como virrey de Navarra.

Su experiencia, tras “impartir justicia”, se trasladó también a sus soluciones. Por un lado, los fieles a la Corona fueron promovidos a cargos importantes y distintas honores y mercedes. Pero también buscó vincular más a la nobleza sarda con cargos y clientes en Castilla y Aragón para aminorar su sentimiento “nacional” y que sus decisiones buscaran más el bien general de la Monarquía y no solo el de sus intereses en Cerdeña.

No obstante este periodo tumultuoso dejó una impronta distinta. En unos años en el que las Cortes habían perdido peso en el resto de los reinos de la Corona de Aragón, en Cerdeña fue un instrumento político muy importante, y lo fue principalmente por una nobleza titulada que buscaba no sólo reivindicar méritos, sino incrementar sus privilegios como forma de hacer frente a la crisis económica de la que no conseguía recuperarse la isla. El conflicto disminuyó en las últimas décadas del siglo XVII, pero las tensiones y rivalidades entre familias continuaron y afloraron de nuevo con fuerza durante la Guerra de Sucesión pero con una gran diferencia. Curiosamente los austriacistas se alinearon en torno a la familia Alagón, los marqueses de Villasor, los que habían sido el principal soporte de la monarquía en la crisis de 1668-1670. Esto dejó a sus rivales principales, los Castelví, marqueses de Laconi, herederos del asesinado Agustín de Castelví, en el bando contrario, como principales partidarios de Felipe V.

Hoy las calles de Cagliari recuerdan aún en una placa situada en la vía Canelles, lugar donde fue asesinado el Virrey, y que es la imagen principal de este post, este suceso, donde se lee:

PARA PERPETVA NOTA DE INFAMIA DE QVE FVEREON TRAYDORES DEL REY

NVESTRO SENOR DON JAIME ARTAL DEL CASTELVI QVE FVE MARQVES DE

CEA DONA FRANCISCA CETRILLAS QVE FVE MARQVESA DE SIETEFUENTES

DON ANTONIO BRONDO DON SILVESTRE AYMERICH DON FRANCISCO CAO

DON FRANCISCO PORTVGVES Y DON GAVINO GRIXONI COMO REOS DE CRIMEN

LESE MAGESTAD POR HOMICIDAX DEL MARQVES DE CAMARASA VIRREY DE

CERDENA FVERON CONDENADOS A MVERTE PERDIDA DE BIENES Y DE

HONORES DEMOLIDAS SVS CASAS CONSERVANDI EN SV RVINA ETERNA

IGNOMIA DE SV NEFANDA MEMORIA Y POR SER EN ESTO SITIO LA CASA

DE DONDE SE COMETIO DELICTO TAN ATROZ A VEYNTE Y VNO DE JYLIO

DE MIL SEISCIOENTOS SESENTA Y OCHO SE ERIGIO ESTE EPITAPHIO

Fuentes

  • Guia Marin, Lluis, Sardenya, una història pròxima. El regne sard a l’època moderna, Catarroja, Valencia, Afers, 2012.
  • Manconi, Francesco, Cerdeña. Un reino de la Corona de Aragón bajo los Austria, Valencia, Publicacions de la Universitat de Valencia, 2010.
  • Manconi, Francesco, «Cerdeña a finales del siglo XVII-principio XVIII: una larga crisis de casi medio siglo», Estudis: revista de historia moderna, no. 33 (2007): 27-44.
  • Revilla Canora, Javier, “El asesinato del virrey marqués de Camarasa y el pregón general del duque de San German (1668-1669) en De la tierra al cielo. Líneas recientes de investigacion en historia moderna, Serrano, Eliseo (coord.) (2013): 575-584
  • Imagen de cabecera: Placa-Epitafio en Cagliari al asesinato del marqués de Camarasa, imagen propia.

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